Apoyo el pie en una de las ramas del árbol, lo más cerca posible a mi ventana, con los dedos clavados, tensos y encorvados, tratando de caer. Estiro la otra pierna y, como puedo, con ayuda de un empujoncito de parte de jug, logro entrar a mi habitación por la ventana.
Apenas festejo. Me volteo de nuevo y Jace, experto ya en entrar a mi habitación por todos lados menos por la puerta principal, sube con mucha más facilidad.
—Deberías considerar volver a gimnasia, Lee. —él se ríe, despacio. Le doy un golpecito en el hombro.
Cuando quiero pasar por su lado e ignorar el hecho de que se burla cruelmente de mi, me agarra y me pega a si.
Siempre me ha encantado tenerlo cerca.
—En gimnasia no te enseñan a subir ventanas.
El aire se me va cuando sus ojos conectan con los míos. Ellos me encantan porque tienen una llama encendida incluso en medio del frío que los cubre. Son cálidos.
—Ya es tarde, deberías irte. —murmuro sobre sus labios, el suave ruido de la noche sonando de fondo. Él niega, despacio.
—Es la hora perfecta.
—¿Para?
—Sentarnos a ver las estrellas.
Su mano cálida envuelve mi muñeca y luego ambos nos sentamos frente a la ventana. El cielo está iluminado por las estrellas.
Pero él solo me mira a mí.
—Mira esa. —extiendo el brazo, mi dedo señala exactamente la que se parece a él— Brilla más que las demás.
—Es hermosa.
—Y se parece a ti.
—¿A mí?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque brillas, Jacie. Brillas más que cualquier otra estrella en el universo. —solo entonces volteo. Él no ha apartado su mirada de mí en ningún momento, esos ojos me perforan de una manera tan linda, tan delicada, que sentirme expuesta ante alguien nunca se había sentido tan bien.
Porque mi alma le pertenece tanto como la suya a mí y él lo sabe bien.
—¿Por qué no miras al cielo? Tú querías que nos sentemos a verlas
—Yo soy una estrella. Pero tú eres el universo entero, ¿Por qué querría realmente ver a las estrellas, si tengo el universo entero a mi lado?
Nerviosa, me río. La luz de la luna lo golpea con cariño, iluminando esos ojos grises que tanto me gustan.
—Eres un cursi, Jace Taylor.
—Así te encanto, Helena Wilson.
Con la voz bajita, como si fuera mi secreto mejor guardado, murmuro un pequeño «Sí».
—¿Sabías que las estrellas son motores de energía que producen luz y calor, y la mayoría de las que vemos son más grandes y brillantes que el Sol? —dice, ahora sí viendo al cielo.
Por un momento, me da la impresión de que sus ojos brillan un poco menos.
—Sí. Y las estrellas masivas explotan como supernovas, brillando una última vez antes de morir, para después quedarse como remanentes estelares.
No lo entendí en ese momento. No entendí el peso de cada letra y la sinceridad de cada palabra.
Y solo me despedí, como cada noche al partir. Y lo ví entrar a su habitación por su ventana, aquella justo frente a la mía. Lo último que tuve esa noche de él fue una mirada profunda y una sacudida de manos en forma de despedida.
Solo le mandé un beso a la distancia que él atrapó para clavar en su corazón.