Cael sostenía el cuerpo liviano de la muchacha entre sus brazos. Sus alas, abiertas por instinto, lo mantenían flotando apenas sobre el suelo. No era común que alguien saliera del Velo inconsciente. O sin luz elemental.
Pero ahí estaba ella.
—¿Está… viva? —preguntó uno de los Ancianos, preocupado.
Cael asintió. Sintió el pulso tembloroso en la muñeca de la chica. Sus ojos, cerrados, dejaban ver pestañas largas como alas de mariposa. Su piel brillaba débilmente. Su colgante, en forma de gota, ardía suavemente entre ambos.
Una corriente de viento inesperada los envolvió a los dos.
Cael miró hacia el cielo. Nubes se agolpaban, aunque no había tormenta anunciada. El viento, su elemento, lo rodeaba como siempre… pero ahora había algo más. Una nota distinta. Como si el aire reconociera a la chica.
Como si quisiera protegerla también.
Cuando ella abrió los ojos —verdes con destellos dorados—, Cael sintió que el mundo se volvía distinto. Que el equilibrio que tanto le costó conseguir… se tambaleaba.
—¿Quién eres? —murmuró ella, como si lo conociera de un sueño.
Él no respondió. No sabía cómo explicar que su magia, por primera vez, no lo obedecía.