Esa noche, el Consejo se reunió en secreto. La Alta Sabia del Fuego, Maelis, una de las más estrictas defensoras del equilibrio ancestral, exigía respuestas.
—La muchacha es inestable. No ha sido reclamada por ningún elemento y sin embargo manipula más de uno. Eso es… impensable.
—¿Y si el error no está en ella… sino en nuestras reglas? —preguntó un Sabio del Aire, el mismo que había guiado a Cael en su iniciación.
Maelis golpeó su bastón contra el suelo.
—¿Te atreves a sugerir que la magia misma se equivoca?
—No. Pero tal vez evoluciona.
Mientras tanto, Cael llevó a Lysiane a un lugar prohibido: el Mirador de las Corrientes, un punto entre montañas donde se sentía el flujo de todos los elementos. El cielo allí parecía más amplio, más libre. Era donde los Guardianes entrenaban en secreto.
—No deberías traerme aquí —dijo ella, sin dejar de mirar el horizonte—. Si alguien nos ve…
—Ya nos ven. Pero no entienden.
Cael se acercó.
—Lysiane, tus alas… no responden a un solo llamado. Son como tú. Cambian, sienten. Y eso… eso es extraordinario.
Ella bajó la mirada, dudosa.
—¿Y si no hay lugar para alguien como yo?
Cael tomó su mano con suavidad.
—Entonces haremos uno.
Un temblor en el aire los interrumpió. El cielo se oscureció por un instante, y del borde del bosque surgió una ráfaga caliente.
Una joven de ojos dorados y cabello cobrizo apareció entre las sombras. Llevaba una túnica del Fuego y un broche con la marca del Consejo.
—Cael —dijo con voz dura—. El Consejo ha hablado. Y tú has cruzado la línea.
—Thyra —murmuró Cael, reconociéndola—. No sabías que eras tú quien nos seguía.
—Y tú no sabías que esta hada que proteges… podría ser el comienzo de una ruptura. Una grieta en el equilibrio.
Sus ojos se posaron en Lysiane.
—Una anomalía no debe decidir el rumbo de nuestro mundo. Debe ser contenida.
Lysiane retrocedió un paso. Las palabras eran cuchillas.
Cael, sin pensarlo, se colocó frente a ella.
—Si ella es una grieta… entonces que el viento la proteja.
La tensión creció. Los tres sabían que, a partir de ese momento, ya no había vuelta atrás.
La elección estaba hecha. Solo que no era una elección elemental…
Era una elección de lealtad.