El Salón de los Elementos, el centro del Consejo, se llenó de murmullos cuando Lysiane entró junto a Cael. Todos los Sabios estaban presentes: Maelis del Fuego, Elor del Agua, Venthir del Aire, Naria de la Tierra, y dos más que rara vez participaban. Uno de ellos llevaba un manto dorado. El otro… vestía de blanco absoluto.
—Lysiane —comenzó Maelis con frialdad—. Has demostrado afinidad con más de un elemento. Esto no es natural. Ni permitido.
Lysiane alzó la barbilla, aunque su voz temblaba.
—No lo pedí. Solo… ocurrió.
—Eso es precisamente el peligro —intervino Naria—. Las cosas que ocurren sin control… destruyen.
Cael dio un paso al frente.
—Ella no es peligrosa. Lo que temen no es su magia. Es lo que representa.
—¿Y qué representa, Guardián del Aire? —preguntó Maelis, con veneno en la voz.
—Cambio.
Un silencio cayó como piedra.
Fue el anciano de túnica blanca quien habló entonces.
—Hace siglos hubo un alma como la suya. Una niña nacida bajo una luna doble, entre estaciones. Su magia no obedecía ninguna regla. Creían que era una amenaza. La sellaron.
Todos miraron al anciano con sorpresa.
—Eso… es un mito —susurró uno de los Sabios.
—Es historia. Que decidieron olvidar.
Lysiane lo miró fijamente.
—¿Quién era ella?
—No lo sé. Pero si su sangre vive en ti, Lysiane… entonces no eres un error. Eres una memoria que quiere despertar.
Las alas de Lysiane vibraron. Agua y aire se entrelazaron en su contorno. No por inestabilidad, sino por decisión.
Maelis golpeó su bastón.
—¡Basta! ¡Esta audiencia no es para cuentos! Esta joven debe ser aislada. Su poder podría romper el Velo mismo.
Cael se adelantó, desafiante.
—Si la aíslan, me voy con ella. El viento no se dobla ante el miedo.
Maelis lo miró con furia. Pero fue Thyra, quien estaba entre los guardianes presentes, quien habló por primera vez.
—Entonces… te declaro traidor del Consejo.
Una grieta se abrió en el suelo bajo los pies de Cael.
Pero antes de que alguien pudiera moverse, Lysiane extendió sus alas.
Un muro de viento y agua los envolvió. No como defensa, sino como una declaración.
—No me esconderé —dijo ella con voz firme, que no era suya… sino de algo más profundo, antiguo—. No soy una aberración. Soy la prueba de que el equilibrio… no es estático.
Y cuando sus palabras terminaron, el colgante cayó al suelo. Se abrió por sí solo.
Dentro, no había joya… sino una pluma.
Una pluma negra, envuelta en una gota de cristal.
Cael la miró con asombro.
—Eso… no es de este mundo.