En la Sala Alta del Consejo, los ecos de lo que ocurría fuera de su control provocaban fisuras. Cuatro tronos de piedra, uno por cada elemento. En el centro, un trono vacío… el que antaño representaba el quinto.
—La Heredera ha sido localizada en el Bosque de Silencio —informó Elarion, con el rostro rígido—. Acompañada del Guardián Cael.
—¿Confirmas que porta el fragmento?
—Sí. El cristal de la Devoción se activó.
El más anciano de los consejeros, un hada de tierra llamada Velmir, se levantó por primera vez en décadas.
—Entonces es peor de lo que temíamos. Si despierta los cuatro fragmentos, el quinto trono reclamará su poder… y todo lo que hemos construido se desmoronará.
—Debemos actuar. El pueblo no sabe que el amor fue un poder antes de ser declarado debilidad —gruñó una consejera del fuego—. Si lo descubren, la lealtad se quebrará.
Elarion apretó el puño.
—¿Permitirán que una joven desestabilice siglos de orden?
Velmir lo miró con calma oscura.
—No. Pero tampoco podemos destruirla… aún. Necesitamos atraerla. Convencerla de unirse. El poder del amor unido al Consejo… sería invencible.
—¿Y si se niega?
—Entonces —susurró Velmir— haremos lo que hicimos con su madre.
Silencio.
Y luego, una decisión unánime: Lysiane debía ser traída ante el Consejo. Viva… o no.