Esa noche acamparon en una gruta escondida entre los acantilados. El cristal del Coraje reposaba junto al de Devoción, ambos dentro de la caja lunar. Ahora, el colgante de Lysiane pulsaba con ambos colores: azul del amor… y rojo del valor.
—Nunca pensé que enfrentaría a alguien como Elarion —murmuró Cael mientras limpiaba una herida en su brazo.
—Y yo… nunca pensé que podría protegerte —respondió Lysiane, acercándose para ayudarle.
Sus manos se rozaron, y en ese toque, la magia volvió a vibrar entre ellos. Ya no como algo incontrolable, sino como una melodía que ambos comenzaban a comprender.
—¿Y si todo esto… termina mal? —susurró Lysiane.
—Entonces terminaremos juntos —dijo Cael con firmeza—. Como uno solo. No importa cuántos fragmentos haya, Lys… tú eres mi elección.
Ella lo miró, con los ojos llenos de una emoción que mezclaba temor y deseo.
—Y tú la mía.
Se besaron, por primera vez no como un impulso, sino como una promesa silenciosa. De quedarse. De luchar. De amar.
Mientras tanto, muy lejos, Elarion regresaba al Consejo, con el orgullo herido y una advertencia.
—Han despertado dos fragmentos. Y si encuentran el tercero… ya no podremos detenerlos.
El anciano Velmir cerró los ojos.
—Entonces no esperaremos. Usaremos el Ritual de Sombra. Uno de ellos caerá… y el otro, se rendirá.