La mañana en la gruta trajo una calma engañosa. Cael dormía con un ala desplegada sobre Lysiane, como si su cuerpo supiera que debía protegerla incluso en sueños. Pero Lysiane no dormía. El colgante en su pecho ardía suavemente. Un sueño la había despertado, uno que no era suyo.
Una visión.
El Árbol de Aeria, en la cima del Monte Sythra, derramando savia oscura… y alguien que susurraba su nombre.
Lysiane… ven.
Se levantó con cuidado, sin despertarlo, y salió al exterior. La neblina matinal era espesa, pero no fría. Caminó hacia el borde del risco, donde la vista del valle era tan hermosa como amenazante.
—No deberías alejarte sola —dijo una voz tras ella.
Se giró rápido. Era Therys, otro Guardián del Aire… y amigo cercano de Cael.
—¿Therys? ¿Qué haces aquí?
—Fui enviado a buscarlos. El Consejo ha lanzado una orden de captura. Te acusan de alterar los fragmentos.
—¿Y tú qué crees?
—Creo que tú eres más importante para Cael de lo que imaginas. Y eso puede ser un problema.
Lysiane dio un paso atrás, instintivamente. La niebla detrás de Therys se movía… como si algo respirara en ella.
—¿Vienes a entregarnos?
—No aún. Vengo a darte una oportunidad. Aléjate de él. Entrégame los fragmentos. Dile que lo abandonaste.
—Jamás.
Therys suspiró y chasqueó los dedos. De la niebla, dos soldados del Consejo emergieron.
Pero antes de que pudieran acercarse, un torbellino plateado los arrastró.
Cael.
—Tú —gruñó al ver a su antiguo compañero—. ¡Nos seguiste!
—No te das cuenta, Cael. Te está cegando. Esa chica… es una amenaza.
—No. Ella es mi verdad —dijo, y levantó el viento.
El combate fue breve pero brutal. Therys escapó con heridas y la promesa de volver… no como mensajero, sino como enemigo.
Esa noche, Lysiane tembló bajo el ala de Cael. No por miedo a la batalla… sino por la certeza de que ahora, nadie era confiable.