Lysiane no podía dejar de sentir el eco de aquella voz:
“No debes existir.”
Esa noche, mientras dormía abrazada a Cael en la seguridad momentánea de una cueva oculta entre los riscos de Sythra, su mente fue arrastrada al pasado.
Pero esta vez, no fue el Árbol quien la llamó. Fue el colgante.
El núcleo dorado latía con fuerza contra su pecho, y cuando lo tocó, fue como si el tiempo se deshiciera ante ella.
Se vio a sí misma… recién nacida. Sostenida por una mujer de cabello oscuro y alas desgarradas. Y frente a ella, un hombre de túnica blanca, que sostenía un cetro con el símbolo del Consejo.
—Es la primera —susurró el hombre—. El Vínculo ha despertado. Si el amor toma forma… el equilibrio se romperá.
—Entonces hay que esconderla —dijo la mujer—. Nadie debe saber que el amor… ha renacido como elemento.
El amor… es un elemento.
Y yo soy su herencia.
Lysiane despertó jadeando. Cael se sentó de inmediato, alerta.
—¿Qué viste?
Ella lo miró, con lágrimas corriendo por sus mejillas.
—No soy solo una hada sin rumbo, Cael. Soy el fruto prohibido. El elemento que no debía regresar.
—¿Qué quieres decir?
—Mi madre… no murió. Fue desterrada. Ella era la última portadora del amor. Y yo soy su hija.
Cael se quedó en silencio.
—¿Tu madre está viva?
—Sí. Y sé dónde encontrarla. Hay una exiliada… una sanadora que vive entre las raíces del Bosque Dormido. Ella fue la mejor amiga de mi madre. Nos guiará.
—¿Y si es una trampa?
—Entonces iremos juntos —dijo Lysiane con firmeza—. Si soy el elemento perdido, tengo que saber por qué. Y por qué todos… tienen tanto miedo de lo que siento por ti.