El Bosque Dormido era una zona prohibida. No porque fuera hostil, sino porque sus árboles… dormían de verdad. Solo despertaban con magia verdadera. O con amor.
Cael y Lysiane entraron sin ser vistos. El aire era espeso, y cada paso levantaba un susurro. El colgante brillaba, guiándolos por un sendero que no existía hasta que lo pisaban.
Después de horas, llegaron a una cabaña oculta entre raíces vivas. Allí, sentada frente a un fuego azul, estaba ella: Eliara, la sanadora exiliada.
—Tardaste en venir —dijo sin mirarlos—. Tu madre pensó que te esconderían para siempre.
Lysiane sintió cómo se le cerraba la garganta.
—¿Ella… vive?
—Sí. Pero no por mucho tiempo. El Consejo ha encontrado su rastro. Por eso debes prepararte, Lysiane. Porque si caes tú, el amor desaparecerá del mundo otra vez.
Eliara les ofreció refugio. Cael no bajó la guardia, pero notó algo diferente en ella: no había oscuridad, sino dolor.
—¿Por qué temen tanto al amor como elemento? —preguntó Lysiane.
—Porque el amor es libre —respondió Eliara—. No se ata a reglas, ni a linajes. Puede unir fuego con agua, tierra con viento… y eso amenaza todo lo que han construido.
Lysiane comprendió entonces: su poder no era romper el equilibrio… era transformarlo.
—¿Puedes enseñarme? —preguntó.
—Sí. Pero debes aceptar quién eres. Y estar dispuesta a perderlo todo para protegerlo.
Cael tomó su mano.
—No está sola.
Eliara asintió. Extendió la palma sobre el fuego. El azul se tornó rosa dorado.
—Entonces ven, hija del vínculo. Hay una llama dormida en tu pecho… y es hora de que el mundo la vea arder.