Capítulo 25: El Templo de los Elementos

La niebla se despejó poco a poco a medida que avanzaban. El Bosque Dormido comenzó a dar paso a un terreno más despejado, donde la luz de la luna iluminaba una estructura antigua, casi perdida entre las sombras de los árboles. La silueta del Templo de los Elementos se alzaba majestuosa, su fachada adornada con intrincados grabados que representaban a los cuatro elementos: aire, agua, fuego y tierra.

Lysiane miró la estructura, sintiendo una extraña mezcla de asombro y miedo. El Templo era aún más imponente de lo que había imaginado, y al mismo tiempo, sentía que su presencia allí no era casual. El amor, ese vínculo invisible pero profundo, también parecía ser una fuerza presente en el aire que rodeaba el Templo.

—Este es el lugar, ¿verdad? —preguntó Cael, acercándose con cautela.

Lysiane asintió, sus ojos fijos en la puerta del Templo, donde un brillo cálido se asomaba a través de las grietas de las piedras.

—Sí, es aquí. Pero no estoy segura de qué encontraremos. Solo sé que esto es lo único que nos queda.

El Templo estaba rodeado de un silencio absoluto, como si todo el mundo estuviera contenido, esperando algo. La puerta de piedra, cubierta de musgo y enredaderas, parecía resistirse a la entrada. Sin embargo, tan pronto como Lysiane extendió la mano hacia ella, la puerta se abrió lentamente, como si la magia misma la reconociera.

Al cruzar el umbral, una sensación abrumadora la envolvió. El aire dentro del Templo estaba cargado de energía, una energía que pulsaba al ritmo de los latidos de su propio corazón. Cael se quedó cerca de ella, protegiéndola mientras avanzaban hacia el centro de la sala.

El interior del Templo estaba iluminado por una luz que parecía emanar de las paredes mismas, y en el centro, un pedestal de piedra sostenía un orbe brillante que giraba lentamente, rodeado por una esfera de energía.

—El artefacto… —dijo Lysiane, asombrada.

Eliara, que había estado siguiendo a los dos con cautela, finalmente habló.

—Este es el Corazón de los Elementos, la fuente de poder que puede amplificar la magia de aquellos que tienen un vínculo verdadero con los elementos. Pero es peligroso. Solo aquellos con la pureza necesaria pueden acceder a su poder.

Lysiane se acercó lentamente al pedestal, sus manos temblando ligeramente al extenderlas hacia el orbe. De repente, una corriente de energía recorrió su cuerpo, llenándola con una sensación abrumadora, como si el propio Templo estuviera probando su voluntad.

Cael la observó preocupado, pero no se atrevió a interrumpir. Lysiane cerró los ojos, sintiendo cómo la magia comenzaba a conectarse con su propia esencia. El amor, el poder de los elementos y el vínculo que compartía con Cael se unieron en una explosión de luz, y en ese instante, su alma se alineó con los elementos de una manera que nunca había experimentado.

—Lysiane… —susurró Cael, con una mezcla de asombro y temor.

Lysiane abrió los ojos, viendo cómo la luz del orbe respondía a su presencia. Pero lo que vio a continuación la sorprendió aún más: su reflejo en el orbe era distinto. Su propia figura parecía irradiar con una combinación de los cuatro elementos. Agua, fuego, aire y tierra, todos fusionados con su ser.

—Esto… —murmuró, asombrada por lo que veía—. No soy solo una hada del amor… soy algo más. Algo que ni siquiera sabía que existía.

Eliara observó con una sonrisa triste.

—El vínculo del amor puede crear un equilibrio entre los elementos. Pero ese poder es tan fuerte que puede ser peligroso si no se controla.

De repente, la vibración del Templo se intensificó. El Corazón de los Elementos comenzó a brillar más fuerte, y el suelo tembló bajo sus pies.

—¡Tenemos que irnos ahora! —exclamó Eliara, alertando a Lysiane.

Un ruido sordo resonó desde el exterior del Templo, y todos supieron que el Consejo estaba cerca. No quedaba tiempo.