El suelo bajo ellos temblaba, y la energía que se había desatado dentro del Templo parecía cada vez más descontrolada. La luz que emanaba del Corazón de los Elementos comenzaba a tornarse frenética, como si algo estuviera intentando escapar de su interior.
Lysiane dio un paso atrás, su corazón latiendo con fuerza. Cael, siempre atento a los peligros, la sujetó por el brazo, tirando suavemente de ella hacia la salida.
—Tenemos que salir de aquí. Ahora. —Su voz estaba firme, pero su mirada estaba cargada de ansiedad.
Sin embargo, antes de que pudieran dar más de dos pasos, la puerta del Templo se cerró de golpe, bloqueando su salida.
—No… —murmuró Lysiane, mirando desesperadamente a su alrededor. — ¿Qué está pasando?
Eliara, con una expresión grave, observó el orbe.
—El Consejo está utilizando magia para bloquear nuestra salida. Sabían que llegaría el momento en que intentaríamos obtener el Corazón de los Elementos.
De repente, las paredes del Templo comenzaron a temblar y una figura apareció en la entrada, envuelta en una capa oscura que parecía absorber toda la luz a su alrededor.
—Sabía que nos encontrarías, Lysiane. —La voz era profunda, resonante, y familiar. Lysiane sintió un escalofrío recorrer su espalda al reconocerla.
Era Aurélien, el líder del Consejo.
—Aurélien… —susurró Lysiane, reconociendo el rostro que había sido una sombra en su vida desde su nacimiento. — ¿Por qué? ¿Por qué todo esto?
Aurélien sonrió con una frialdad helada.
—Porque el amor no tiene cabida en este mundo. No cuando puede destruirlo todo.
El Corazón de los Elementos vibró una vez más, y Lysiane sintió una oleada de poder recorriéndola. Sabía que el momento de la confrontación había llegado.