En el Consejo de Liria, los rumores sobre El Silencio comenzaron a extenderse. Era una magia primitiva, anterior incluso a los elementos. Había sido sellada por los primeros Guardianes y ahora, con el cambio del Velo, su prisión estaba debilitándose.
—El equilibrio se ha roto —sentenció una Guardiana del Fuego, con temor más que con rabia.
—El equilibrio ha evolucionado —corrigió Cael con calma.
Pero Lysiane sentía el temblor en el aire. No era solo miedo, era un presagio. Esa noche soñó con una llanura blanca, sin color, sin sonido, sin tiempo. Y en el centro, una figura sin rostro que la observaba.
Cuando despertó, lo supo: el nuevo ciclo debía consolidarse, o El Silencio borraría todo lo que habían logrado.
—Tenemos que ir al corazón del mundo —dijo ella—. Al origen de la magia. Allí donde nacieron los elementos. Solo así sabremos cómo proteger lo que está naciendo.
Cael asintió, sin vacilar.
—Juntos.
—Siempre.
Lysiane tocó el colgante de su madre, que aunque había desaparecido físicamente, aún brillaba en sueños. Los fragmentos de los cuatro elementos resonaron en su interior, y una quinta luz, la del amor, comenzó a crecer como una semilla dispuesta a florecer incluso en el desierto del olvido.
La decisión estaba tomada. El viaje final comenzaría con la próxima luna.
Y en el alba siguiente, el Reino de Liria amaneció distinto. No por miedo… sino por esperanza.