With My Damage 1

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El reloj apunta las nueve de la mañana cuando Kimberly y yo entramos al edificio, caminando deprisa.
El portero Rafael nos saluda con su habitual amabilidad, aunque esta vez no se extiende al ver nuestro afán. Nos dirigimos directo al ascensor, que por supuesto está abarrotado de gente. Normalmente me incomoda estar tan encerrada, pero por quedarme más tiempo del debido en cama, ahora voy tarde. Cuando finalmente llegamos a nuestro piso, Amanda, la bonita recepcionista y mi amiga, nos recibe con una sonrisa medio pícara. Su escritorio, como siempre, está impecable. Su cabello también. Ahnelo tener la disciplina que tiene para levantarse temprano a arreglar su cabello. Su mirada rápida de <<Llegan tarde>> hace que Kimberly se adelante a encender su computadora, mientras yo camino por el pasillo.
Lo mas seguro es que si me voy corriendo, todos sabrán que estoy llegando tarde. Haré como si tuviera todo el tiempo del planeta.
Supongo que eso de despistar a la gente no es mi fuerte porque me percato del murmulleo al mi alrededor. Sobre todo del grupo de edición que me miran y sonríen.
Son las mejores vestidas del piso, inmaculadas y rubias. Sacadas de la película de Barbies. Mientras acelero el paso, me observo en uno de los espejos de la esquina pensando que tal vez murmuran por cómo estoy vestida. Pero no llevo nada especial: vaqueros oscuros, una deportiva blanca y mis tenis de todos los días. Mi cabello castaño está recogido con una pinza, algo desordenado, como siempre. Solo el flequillo parece tener vida propia.
Al acercarme a mi oficina, Kim sale a mi encuentro, con una sonrisa juguetona.
—¿Y eso quién te lo mandó, Lawson? —me dice, divertida.
Frunzo el ceño, sin entender a qué se refiere.
—¿De qué hablas?
Camino hasta mi escritorio… y lo veo. Me quedo un segundo en silencio. Es un enorme arreglo floral. Dalias blancas y moradas, cuidadas al extremo. Perfectas, como salidas de un cuadro. Y justo en al lado de mi escritorio.
Por un instante me dejo llevar por su belleza pero luego sacudo la cabeza, algo incómoda por no tener ni la menor idea de quién las envió. Me acerco para buscar una tarjeta.
Kimberly, tan curiosa como yo, me ayuda a encontrarla. Es ella quien la descubre primero y la lee en voz alta, como si leyera un acertijo:
"Cierto que en el mundo de los hombres nada hay necesario, excepto el amor" – Feliz Cumpleaños, Savi.
Le arrebato la tarjeta, incrédula. Eso es una frase de Johann Wolfgang Von Goethe. Estoy segura. Pero el punto aca es que mi cumpleaños es en dos semanas.
—¿Quién se adelantó tanto? —murmuro, más para mí que para ella.
Pienso en mi padre. Es el único lo bastante impulsivo como para hacer algo así, pero… mis padres viven en Edmonton. Y él nunca me llama "Savi".
Amanda aparece en la puerta, inclinándose un poco como si también quisiera leer nuestra reacción.
—Las dejaron esta mañana —dice— Todas queríamos ver tu cara cuando las vieras. Bonitas.
—¿A nombre de quién? ¿No preguntaste?
Amanda infla las mejillas, encogiéndose de hombros.
—La verdad, no. Solo dijeron que eran para la señorita Lawson y los dirigí hasta aquí.
Me siento. La tarjeta aún en la mano.
Savi.
—¿Que admirador secreto tienes por alli, Lawson? —Kimberly se ríe.
Vuelvo a mirar las flores, el ceño levemente fruncido, con la intriga haciéndome un nudo en el estómago. Mejor dejo el tema a un lado y me concentro en lo mío. Es lo más sensato.
—No sabría decirte.
De pronto veo que Amanda intenta decir algo pero se detiene.
Por lo grande que es, tendré que dejarlas aca en la oficina. Sinceramente no tendria manera de llevarlas a casa.
Me arreglo sutilmente el flequillo y enciendo la computadora y espero a que el sistema termine de cargar. Preferiblemente dejo la duda hasta aca y continuamos con el trabajo. Amanda regresa a su puesto, pero estoy segura de que esta noche vendrá el interrogatorio. Tanto ella como Kimberly son expertas en sacarme información sin que me dé cuenta.
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La tarde se va en un suspiro. Entre correcciones, mails pendientes y dos reuniones rápidas sobre la portada de la siguiente edición, el día se escapa sin dar tregua.
Cuando por fin miro la hora, ya es hora de salir. Y solo alcancé a comer un yogurt de almuerzo. Tampoco es que tenia mucho apetito. Mientras recojo mis cosas, miro de reojo por la ventana y afuera solo cae un aguacero imponente. Últimamente, Vancouver parece empeñada en vivir bajo una regadera constante.
Miro a todos salir, entre ellos a mi jefe, Alec Thompson quien es muy joven para ser el director de la revista Magna. Siempre tiene ese rostro de amabilidad.
—¿Vienes?—El ascensor está abierto y me extiende sutilmente la mano. Niego con la cabeza.
—Estoy esperando a...—Miro un poco su rostro de decepción.
—Entendido. Nos vemos mañana, señorita Lawson. Por cierto, me encanta tu peinado hoy.
¿Qué peinado? Ni siquiera paso el cepillo por mi cabeza esta mañana. Le doy una sonrisa tímida.
—Hasta mañana, Señor Thompson.
Me vuelve a sonreir antes de irse por en ascensor.
Por fortuna, el taxi no se demora y el sonido de portazo nos saca del aguacero, sin embargo las tres entramos casi bañadas porque ninguna se dignó en acordarse de traer un paraguas en la cartera. Nos divertimos en el camino mientras Amanda rezolla por su cabello.
Al llegar al apartamento, Amanda lanza sus tacones al lado de la entrada con un suspiro de alivio mientras Kimberly se quita la chaqueta empapada y se va directo a la cocina. Es la chef de las tres. Parece que cada una tiene su lugar en la casa. Kimberly: la cocina. Amanda: el espejo. Y yo, mi pequeño salon de pinturas que esta al fondo.
—Dios, Vancouver va a terminar por convertirnos en peces —murmura Kim, sacando una botella de vino del refrigerador—. ¿Blanco o tinto?
Pues últimamente esta bebiendo demasiado.
—Te lo agradezco, pero no—respondo, mientras me sacudo el cabello. Medio sonrio en recordar el comentario: "Me gusta tu peinado"
—¿Estofado? ¿Spaghetti?
Ahora mismo solo quiero... Un sándwich de atún.
—En realidad, no tengo mucha hambre.
Me levanta una ceja. Decirle "no" a Kimberly es un verdadero desafio. Incluive Amanda que es la mayor de todas, se niega a decirle algo en contra.
—Spaguetti. Y punto.
Ya con la cena lista, la charla entre risas y Kimberly por su quinta copa, decido que ya es tiempo de irme a encerrar en mi habitación. Me quito los zapatos, me pongo mi pijama de algodón y me dejo caer sobre la cama, con el iPod en la mano seleciono una canción de John Mayer, sus canciones me recuerdan a mi mamá.
La guitarra suave, melancólica. Su voz arrastrando palabras que queman con ternura. Me hundo en el colchón, mirando al techo, mientras la canción me abraza como si supiera exactamente lo que estoy sintiendo. Como si recordara por mí.
Justo entonces, el celular vibra sobre la mesa de noche y pauso la canción. Veo que me ha llegado un correo. Madre mia, espero que no sea algo del trabajo a esta hora.
Abro el correo.
Para: Savannlawson@hotmail.com
De: JeremmyTheo@Hotmail.com
Asunto:
> "Savi,
*No sé si vas a leer esto. Tampoco sé si aún tienes el mismo correo.
Pero quería enviarte algo que no dijera mucho, pero tampoco fuera silencio.
Las flores son dalias. Sé que te gustaban más las lilas, pero las dalias siempre me recordaron a ti. Aunque jamás te lo dije.
¿Te gustaría tomar un café conmigo esta semana?
Sólo quiero verte. Hablar. Tu coloca la hora y estaré allí.
—Jared."*




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