Wolf

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Ethan Brandwell

Solía salir tarde de casa de mis amigos y caminar las siete cuadras que nos separaban bajo la luz de la luna. Esa noche en particular era luna llena, y ellos insistieron bastante para que me quedara. Estaban asustados, bastante temerosos de que me pasara algo. ¿Y quién no lo estaría?

En los últimos meses se había reportado misteriosas desapariciones, personas que salen tarde de algún lugar y nunca regresan a sus casas. Lo más extraño, es qué solo ocurre durante las noches de luna llena, cosa que aumentaba la preocupación y el cuchicheo de la gente. Las personas no se cansaban de hacer comentarios al respecto, ignorando toda lógica y noticia oficial para creer en supersticiones y leyendas urbanas. Por mi parte, preferí ignorar y no escuchar nada que los vecinos curiosos comentaban, pero mis amigos no.

Eran una pareja solitaria, con pocos allegados y muy gentiles. Me fue fácil ser cercanos a ellos dadas las cosas en común que teníamos, incluyendo el amor por lo paranormal. Hubo un tipo ene l que podía hablar horas sin parar de eso temas, hasta que me entere de toda la verdad. Todo mito, historia, cuento y demás, no eran más que la cruda verdad disfrazada de leyenda.

Los Brandwell, mi familia legítima, hacían parte de esa historia desde hace siglos, generación tras generación y no del lado bueno. Entre magos y hechiceros, tenía una de las peores reputaciones de la historia y muchos enemigos. La mayoría expulsados por romper leyes, por traer al mundo a seres híbridos con naturaleza oscura. Mestizos. Me alejé de ellos al enterarme de todo, al saber que estaba a salvo al no heredar el don de la magia, pero seguía corriendo por mis venas su historia ancestral. Por eso me fui, pero no podía huir de todo lo demás.

Hace tres días, desapareció un vecino cercano, Fred. Vivía justo en el apartamento de enfrente, frecuentaba salir simultáneamente conmigo cuando iba a visitar a mis amigos, y para cuando yo regresaba ya estaba en su casa. Lo sé porque veía las luces encendidas de la sala y escuchaba sus gritos de reclamo a los jugadores detrás de la pantalla de tv. Pero esa noche de lunes al regresar, su casa permanecía en penumbras. Inicialmente creí que no hubo partido alguno o que se quedó a dormir por fuera, pero el día siguiente aun no aparecía. Y al ser alguien cercano a mí, solo aumentó la preocupación y miedo de mis amigos.

A pesar de mi costumbre de caminar por las calles vacías solo con la compañía del firmamento, me dejé influenciar de Susan por lo que me sentí algo nervioso, así que apresuré un poco el paso.

¡Crack!

Esperé que fuese solo mi imaginación como producto de mi nerviosismo paranoico, pero me equivoqué. En la siguiente esquina, por la que estaba a punto de pasar, había un callejón sin salida y oscuro donde solo se mantienen los tanques de basura de los establecimientos adyacentes. Uno de esos tanques rodó desde la oscuridad hasta mitad de la calle, dejando atrás un camino de basura. Esperé, paralizado, respirando superficialmente sin hacer ruido. Pero nada pasó.

Me acerqué poco a poco pegado a la pared, quería saber que sea lo que sea que haya tirado ese bote no era peligroso o ya se había ido. Asomé mi rostro con cuidado, no veía más que oscuridad, el callejón estaba en apariencias vació. Entonces, ¿cómo llegó hasta allá ese bote? La respuesta no se hizo esperar.

Por encima de mí en algún lugar, escuché un gruñido. Me relajé un poco al pensar que solo era un perro, pero después caí en cuenta que el sonido venía de alguno de los tejados. ¿Cómo iba a subir un perro al tejado de una casa de por lo menos dos metros y medio de altura?

Mi lógica me gritaba que corriera, que no esperara ver el origen del sonido, pero mi cerebro estaba totalmente desconectado de mis extremidades. No reaccionaban, estaba estático.

¡Crack!

Esta vez venía detrás de mí, un golpe seco seguido de una serie de pasos pesados. Me giré y casi se me sale el corazón del pecho del terror. Justo en frente había una criatura espantosa, alta y robusta como casi tres metros, su cuerpo cubierto de un espeso pelaje negro azabache, patas traseras flexionadas a la altura de la rodilla terminadas en enormes garras afiladas; las patas delanteras eran más parecidas a brazos humanos solo que cubiertos de pelo, con largas y afiladas uñas ensangrentadas. Orejas puntiagudas, hocico con enormes colmillos. Lo peor de todo eran sus ojos, rojos como la sangre, llenos de peligro y ferocidad.

Por fin mis piernas despertaron de su letargo, empecé a correr como jamás lo había hecho antes. No me atrevía a mirar para atrás porque sabía que estaría detrás de mí. Escuchaba sus pasos, y jadeos furiosos. «Cerca, solo un poco más, ya estoy cerca», pensé asustado. Ya faltaba poco menos de dos calles hasta llegar a la seguridad de mi apartamento.

No podía respirar, mis pulmones ardían, pero no podía parar, temía por mi vida. Un dolor punzante nació en mi antebrazo, y con una fuerza enorme mi cuerpo fue lanzado por los aires hasta llegar directo al pavimento con un sonoro golpe. Rodé varias veces golpeando con fuerza mi cabeza contra el suelo, la vista se me nubló y sentí que todo se tambaleaba. Traté de levantarme para seguir corriendo, pero noté que sangraba a raudales, tenía tres cortes profundos a lo largo de todo el antebrazo.

Aún no podía creer lo que veía, tan real como siempre quise no fuera. Estaba erguido en sus patas traseras lamiendo la sangre de su mano derecha. Mi sangre. Se agachó acercando su fétido ser a mi rostro, olfateándome. Aproveché la oportunidad y le propiné una patada en la entrepierna usando toda la fuerza que aún me quedaba, empujándolo a duras penas un par de centímetros.




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