-Mía-susurra alguien en mi oído.
Me tenso sobre mi asiento y no logro reunir el valor necesario para girarme y encarar a quien se encuentra detrás de mí. Collins ha perdido todo atisbo de humor y ahora la palidez se apodera de la piel de su rostro. La voz es suave y ronca. Sin duda varonil.
Han pasado algunos segundos y todavía siento su aliento chocar contra los erizados vellos de mi nuca. ¿Acaso piensa quedarse ahí para siempre? Como si me leyera el pensamiento, la presencia se echa a un lado y camina por delante de mí hacia la salida. En ningún momento sus ojos esmeralda abandonan lo míos púrpura. Una extraña sensación de vacío se instala en mi pecho cuando abandona la cafetería seguido por el otro chico. Sí, el hombre más sexy del mundo me ha susurrado ''mía'' en el oído y acaba de marcharse como si nada.
-¿Qué acaba de pasar? -pregunto frustrada y confundida.
El rubio oxigenado sigue blanco como la nieve y con la mirada perdida en algún lugar de mi rostro. Sacudo su hombro ligeramente y él comienza a boquear. ¿Qué lo ha puesto tan nervioso? ¿Conocía al extraño hombre? Un escalofrío recorre mi columna vertebral al recordar sus brillantes ojos verdes. No entiendo absolutamente nada, lo que no ayuda a mi acelerado corazón a relajarse.
-Nada-dice finalmente.
-¿Cómo? Estás tan pálido que pareces enfermo y, ¿no ha pasado nada?
-Ares, escúchame. Él no es de por aquí, tan solo viene un par de días cada dos o tres semanas para comprobar que todo sigue en orden. Lo único que tienes que hacer es ignorarle.
-¿Por qué?
-Déjame acabar, enana-ya está más relajado-. Si vuelves a verlo, échate a un lado y déjalo pasar. No lo mires a los ojos y haz como si no existiera. ¿Entendido?
-Sí, señor-contesto con un saludo militar.
En cualquier otro momento me hubiera enfadado e incluso hubiera exigido respuestas. Pero no tengo ganas de discutir con el único que parece hablarme. Además, aunque aquel chico tenía una mirada que prometía grandes momentos ''divertidos''.
<<¡Eh! He dicho divertidos, no sexuales. Mentes sucias...>>.
Le rodeaba un aura que emanaba peligro y problemas. Justo lo que yo voy a evitar a partir de ahora. Es el comienzo de una nueva vida para mí. Una vida alejada del maltrato y la humillación. Una oportunidad de ser feliz y conocer los placeres que la vida hasta ahora me había negado. Placeres tan simples como una buena comida.
No se lo he dicho a Collins, pero la mayoría de los platos que he ingerido tan solo los había visto en los anuncios que restaurantes ponían en la calle cuando salía furtivamente. Y el chocolate... ¡Bendito chocolate! Es mil veces mejor a como lo describe la gente. Una explosión de azúcar al primer bocado, el regusto de lo dulce en el paladar al segundo. Definitivamente, mañana sí que iré a la cafetería y volveré a coger uno de esos maravillosos pedazos de cielo. Debo recordar preguntarle a Collins en dónde se sienta. No creo que le importe un poco de compañía, ¿no?
<<Claro que no. Debería suplicar por tu presencia. No merecemos menos>>.
Frunzo el ceño hacia la voz de mis pensamientos. Desde que he llegado aquí, mi conciencia ha sufrido una rápida metamorfosis. Ha pasado de ser una pequeña voz que me recordaba lo inútil y despreciable que era, a ser toda una diva. Sin duda, prefiero los nuevos y egocéntricos pensamientos a los antiguos y deprimentes.
Nos levantamos de la mesa y llevamos nuestras bandejas hasta un carrito metálico en el que también vemos otras. La campana suena y recuerdo que he perdido una hora de clases. Es el primer día que llevo aquí y ya he hecho pellas. Soy toda una chica mala.
Salimos al pasillo mientras mantenemos una animada conversación sobre música. Descubro que a Collins le gusta el mismo grupo que fui a ver la pasada noche y le narro lo increíble que fue verlos tocar en directo. Aguanto la risa ante comentarios como ''¿Te firmaron las tetas? ¡Yo se lo habría pedido!'' y sigo andando hasta la siguiente clase. Me despido de Collins y entro en la última hora de clase del día. Realizo el mismo camino que llevo haciendo toda la mañana hasta las mesas del fondo y me siento en la más cercana a la ventana.
Más tarde, una mujer de unos treinta años entra y comienza a impartir la materia sin siquiera saludar. Habla tan rápido que mi mano duele mientras escribo cada palabra que dicta sobre el arte contemporáneo. Entonces, me doy cuenta de que mi horario no tiene ninguna lógica. ¿Biología e Historia del Arte? ¿Matemáticas y Literatura? A la salida le preguntaré a Martha sobre mi extraña elección de las asignaturas.
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Editado: 16.05.2018