Son doce los hombres que se encuentran sentados alrededor de mí. Son doce pares de ojos los que me miran divertidos y expectantes por mi próximo movimiento. Son sólo tres a los que esperaba encontrar. Ha pasado ya algún tiempo desde que les conté mi "pequeño incidente" en el lavabo del instituto y aún siguen debatiendo sobre qué hacer. A diferencia de Anne, Collins y Leah; ellos no han dudado al decirme el nombre de mi agresora. Amber, Amber Told. Ese es el nombre de la mujer que decidió sacar sus garras; ese es el nombre de la persona que aún no sabe con quién se ha metido ni lo que le espera.
Al contrario de lo que yo esperaba, los chicos han coincidido en que la humillación verbal surtirá más efecto que una pelea de "gatas". Sigo disconforme con que crean que no podría vencerla. Es decir, es cierto que me ha vencido, pero yo ni siquiera me imaginaba nada de lo que ha pasado. ¡Si yo sólo iba al baño!
Ahora, mientras yo sigo preguntándome sus motivos, los demás entablan un acalorado debate sobre cuál es la peor humillación que podríamos llevar a cabo. Debo decir que me sorprende el hecho de que todos quieran ayudarme, algunos, incluso sin conocerme. Pero todo tiene una explicación, ¿no?
<<Sí, pero tú no la tienes>>.
¿Qué le pasa a mi conciencia? A veces es optimista y otra veces como ahora... Mi conciencia es bipolar. Estoy segura.
<<Quizás seas tú la loca>>.
¿Pero qué...?
—¡ARES!—grita alguien enfadado.
—Yo no he sido. ¡Lo juro!
Recito rápido y sin pensar las mismas palabras que utilizaba en la Residencia. Sin embargo, en este contexto tienen otro efecto: todos me miran confundidos. Deben pensar que estoy loca, pero todavía no lo estoy. ¿O tal vez sí?
Alejo de nuevo aquel pensamiento y me preparo para conocer el resultado final de sus perversas propuestas.
—Perdón —musito cabizbaja.
Colton bufa y vuelve su atención a lo que estaba diciendo.
—Como sea. Hemos pensado...
—¡Milagro! —exclamo y todos ríen.
Si algo he aprendido en lo poco que llevo aquí es que mi sarcástico humor gusta y es bien recibido. Además de que todos se gastan bromas entre ellos. No importa si son comentarios hirientes, ellos se reirán igual.
—No tiene gracia, muñequita.
Un coro que mezcla un "uh" con carcajadas limpias y sonoras se escucha en la sala. Colton me mira de forma amenazante y yo, como la mujer orgullosa que soy, enveneno y cuadro mi vista con la suya. Antes he dicho que todos se reían con las bromas. Y todos lo hacen, todos menos el que la recibe. Imaginad cómo debe sentirse el gran ego de Colton al ser herido con tal sencillo comentario.
—En realidad, sí la tiene—uno de los desconocidos rompe el silencio.
Colton lo mira ahora a él, y la sonrisa del pobre chico desaparece.
La tensión es palpable entre el silencio de la habitación. Ambos hombres están ahora uno en frente del otro con sus frentes pegadas y las mandíbulas tan tensas que dudo mucho que no les duela. Alrededor de la mesa, las nueve siluetas restantes, se han levantado de sus asientos y posicionado detrás de cada uno. Comprendo que la división que forman los dos nuevos bandos de personas se rige dependiendo de quién es tu amigo o, en caso de ser los dos, a quién prefieres. Todos ellos están tensos y listos para atacar con el más pequeño de los movimientos. Cada uno de los once hombres irradia un aura de seguridad y peligro que aterrorizaría al más valiente guerrero.
El primer puño no tarda en llegar, y supone una invitación a una fiesta de golpes intensos y seguramente dolorosos. Observo impotente la escena y mi cuerpo comienza a temblar. Los recuerdos nublan mi mente y ya no distingo la realidad del pasado.
Ankar sujeta un látigo entre sus manos.
—Has sido mala. Y las niñas malas son castigadas.
Z sujeta entre sus grandes y callosas manos las mías pequeñas y suaves. Le suplico con la mirada que me ayude. Sin embargo, tan sólo recibo una expresión de asco y un fuerte dolor en mis muñecas al ser atadas a dos grandes postes de astillosa madera vieja. No comprendo por qué mi abuelo siempre está enfadado conmigo.
Hoy he visto a Lana, una de las otras niñas, jugar y reír con él. Lana se había caído del columpio y el abuelo la había ayudado. Ella lloraba y él la consoló. Después, saltaron a la comba y tomaron el té.
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Editado: 16.05.2018