Chocolate.
Pasta hecha con cacao y azúcar molidos, a la que generalmente se añade canela o vainilla.
Mi nueva droga.
Sí, el pequeño tarro de cristal contenía innumerables tabletas de delicioso cacao.
Contenía.
Pasado.
Ya no queda chocolate. Me lo he comido todo en menos de treinta minutos. Justo lo que hemos tardado Kate y yo en ir al pueblo.
Soy consciente de que tanto azúcar no puede ser bueno, pero en mi defensa diré que tras casi dieciocho años de ensaladas y verdura, y admirando a través de los transparentes cristales de las cafeterías los deliciosos manjares que otros comían, creo que me merezco un descanso. Lo más seguro es que si sigo así engorde y sea más fácil saltarme que rodearme, pero cuando el dulce aroma de una buena comida preparada con amor y dedicación penetra en mis fosas nasales, simplemente pierdo el control. Sin embargo, aunque mi ética me reproche mi mal comportamiento, a nadie parece importarle.
¿Cómo podría importarles mi alimentación si ellos toman dos bocadillos a media noche? Todavía no sé con exactitud cuánto y cómo se alimentan las mujeres lobo, pero por la reacción de Collins al verme comer en la cafetería, dudo mucho que coman tanto como ellos. Quizás en eso también se asemejan a las humanas. Puede que también se preocupen como la gran mayoría de ellas lo hacen. Yo no creo que tenga un problema con eso. Jamás me dejaron alimentarme como yo quise, sino que me impusieron un régimen muy estricto. Una dieta que muy a menudo consistía en nada, ya que uno de los muchos castigos que Ankar me imponía se trataba de negarme la comida.
El pequeño coche rojo se detiene y Kate me sonríe entusiasmada. No solo Collins y los chicos me obligan a asistir a la fiesta de esta noche, sino que además pretenden que lleve un vestido bonito. Algunos también desean que sea provocador. Lo que ellos no saben es que no deseo y, por tanto, no llevaré ningún tipo de vestido. Siempre he pensado en ellos como prendas elegantes que se deben vestir en ocasiones especiales. Además de su casi nula comodidad comparada con unos buenos pantalones. Kate es consciente de mis intenciones, pero aún así, ha insistido en ir de compras y conocer un poco más el lugar. Yo no me he negado puesto que necesito más ropa urgentemente. A penas tengo tres conjuntos en mi armario. Nunca antes me había tenido que preocupar por mi vestimenta, pero aquí todos visten bien y se esfuerzan en resultar atractivos. Y yo, como la antisocial que soy, voy a vestir como una persona normal e intentar integrarme y, así, pasar desapercibida. Algo que no conseguiré con camisetas anchas de hombre y un pantalón de chándal también de hombre.
Empujo la puerta de la abarrotada tienda y miro a Kate. Música pop se adentra en mis oídos mientras miramos los infinitos estantes de camisetas y zapatos. Kate camina de un lado a otro rápidamente en busca de algo que me pueda gustar, pero su gusto dista mucho del mío. Cada pocos minutos, vuelve con los brazos cargados de prendas rosas y con purpurinas de colores, estrechas y demasiado llamativas. Niego repetidamente mientras la obligo a dejar todo donde estaba y a salir de la tienda.
—Era mi tienda favorita—se queja haciendo un puchero.
Río e ignoro su comentario. Caminamos por la calle principal mirando los diversos escaparates y esperando a que alguno me llame la atención. Finalmente, entramos a un pequeño establecimiento de suelo de oscura madera y paredes claras. La sencillez de la ropa inunda mis pupilas y una sonrisa lenta se apodera de mí. Ahora soy yo quien camina rápidamente. Camisas de cuadros, camisetas básicas, sudaderas, blusas holgadas... Todo lo que porto sobre mi regazo aúlla comodidad, sencillez y estilo. No olvido también la fiesta de esta noche, por lo que decido coger un pantalón negro desgastado y una camiseta caída de un hombro. Al final de la tarde, he comprado todo lo necesario.
Ahora estamos de nuevo en la mansión. Kate se está duchando en mi baño mientras yo hablo con los chicos.
—Yo quiero a una pelirroja —dice Luke.
—Amanda North —suspira Sam.
—Amanda North —repiten los demás.
Río por lo bajo por la comicidad de la situación. Mientras espero a que Kate se arregle, escucho divertida cómo los chicos nombran a diversas mujeres y debaten sobre quién es más atractiva.
—Yo prefiero a las morenas. Son más salvajes —Colton me mira y guiña su ojo derecho.
Cojo un mechón de mi cabello y lo examino. Es un color común, bastante usual, pero a ellos les entusiasma.
—Sigo sin entender por qué os gusta mi pelo. Es normal.
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Editado: 16.05.2018