Wolf Hunter

XII

-¡No paraba de hablar! -exclama exasperado Sam.

Han pasado cuatro días desde que amanecí en aquella blanca habitación de hospital. Hoy, por fin, el médico ha accedido a mis innumerables súplicas y me ha permitido regresar a casa, donde todos me esperaban. La culpabilidad danza en sus miradas y todos esperan verme caer, llorar y romperme en mil trazos de cristal; pero hace falta mucho más para tumbarme.

Ahora, hablamos sobre la fiesta. Obviamente, evitamos mencionar mi "pequeño percance". Sam nos narra su agridulce experiencia con Amanda North. Por lo visto a los hombres no les gusta una buena conversación durante el sexo. Así mismo, les hago prometer que me enseñarán quién es, ya que aunque me la intentan describir, de sus bocas no sale otra cosa que no sean suspiros y palabras obscenas que no pienso repetir.

-Yo me busqué una rubia...Y una morena.

Los aplausos estallan en el salón por la grata noticia. Colton choca los puños con varios de sus compañeros mientras los aplausos y halagos siguen escuchándose.

-Un trío son 15 puntos. Colton encabeza ahora la lista.

El pelirrojo se levanta del sillón de cuero negro y camina hasta la pared, donde una gran pizarra blanca dibuja una tabla con todos los nombres de los residentes participantes. Exacto, se trata de una competición.

-¿Los tríos son 15 puntos? -pregunto.

Los chicos me miran cansados. Llevo más de una hora intentando comprender la complicada numeración sin éxito. Tras un largo suspiro, el pelirrojo, cuyo nombre desconozco, vuelve a explicármelo.

-Un beso equivale a un punto, un polvo convencional a cinco, si existen fetiches diez, un trío quince y una orgía treinta puntos.

Asiento y analizo toda la información.

-¿Y "Los Extras"?

En cuanto menciono a "Los Extras", todos sonríen pícaros y cómplices entre sí.

-Cada extra son diez puntos más.

Siguen riendo al ver la confusión en mi cara. ¿Qué son "Los Extras"?

Me encojo de hombros y salgo de la habitación tras dos horas inhalando testosterona. Camino hasta la cocina y me sirvo un vaso de leche mientras miro por la ventana. Es una tranquila tarde de noviembre. Terciopelo gris viste el aburrido cielo y el olor a lluvia impregna el aire. Un pequeño radiador calienta mis frías manos y siento la tranquilidad del momento.

Hace tres semanas no hubiera creído posible esta situación. Hago una mueca y una carcajada irónica se escapa de mi garganta al pensar en lo que estaría haciendo. Soñaría con una vida nueva y mejor alejada de los castigos y la humillación. Un estilo de vida muy distante al que se lleva cazando lobos en misiones encubiertas.

De repente, el timbre suena y una multitud de adolescentes locos y hormonados bajan corriendo las escaleras a modo de estampida. Yo, que me encontraba en mitad del pasillo, soy empujada de nuevo a la cocina. La puerta se abre y alguien comienza a hablar. El bullicio que crean las voces de los demás no me deja escuchar y sus cuerpos no me permiten ver qué ocurre.

Enfadada, me siento sobre uno de los taburetes de la cocina y vuelvo a mirar por la ventana con mi vaso de leche en la mano.

<<Estúpidos hombres. Soy más importante. ¡Soy una diva, apartaros!>>

Me atraganto y toso a la vez que río por lo egocéntrica que se vuelve la voz. ¿Una diva?

Bajo la mirada a mi ropa y frunzo el ceño. Hoy no ha habido Instituto. Y no, no es porque sea fin de semana. Es un martes normal y corriente como cualquier otro y no hay clase. ¿La razón? No lo sé. Tampoco han abierto los establecimientos como tiendas y restaurantes. No le doy mucha importancia al tema. Al fin y al cabo el Instituto no es mi lugar favorito. Menos si Amber Told y su séquito de teñidas me acosa. No puedo imaginármelas como yo estoy ahora, sentada tranquilamente con mi pijama de corazones y mis zapatillas de gatitos. Seguramente hasta sus pijamas sean de marca.

De repente, los mismos hombres que me han empujado hasta la cocina e impedido acceder a la puerta aparecen junto a mí sonriendo de una manera extraña. Frunzo el ceño ante su comportamiento y me cruzó de brazos enfadada. ¿No piensan disculparse?

-Aquí hay reglas, Ares. No podemos aceptar te como uno de los nuestros si no las cumples -dice Sam.

¿De qué hablan? ¿Creen que van a imponerme normas? ¡Já!

Su tono es serio e incluso severo, pero todos los demás en la sala aguantan la risa. Esto sólo me enfurece más.

-No sé de qué reglas hablas. Pero ten claro que ni tú ni nadie va a controlarme -amenazo.




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