Wolf Hunter

XVII

  Las suaves gotas de la lluvia trepan por la pálida piel de mi cuerpo helado. Estoy sentada bajo un viejo árbol de ramas rotas intentado reconstruir mi interior quebrado. Son demasiadas las emociones que sacuden mi mente y extinguen la imposible paz de mis pensamientos. Mil preguntas buscan una respuesta inexistente mientras aúllan con dolor. Cierro los ojos y todo se tona más intenso. La fuerza del agua aumenta; las palabras resuenan más alto; y me rompo un poco más de lo que ya estaba. Todo parece estar en mis manos, pero estas tiemblan con terror ante la inminente responsabilidad. 

  El sol muere tras una capa de nubes negras que amenazan con formar una gran tormenta. Mi cuerpo convulsiona entre temblores causados por la baja temperatura del bosque. No me he alejado demasiado de la mansión, pero sí lo suficiente como para que nadie sea testigo de los desgarradores sollozos que emergen de mi pecho. Siempre me gustó la lluvia, porque camufla las afiladas lágrimas de dolor que caen por las mejillas. Fue una gran escusa que utilicé cada vez que estallaba el daño. Simplemente, corría hasta la azotea y caía de rodillas bajo el cielo lloroso. Entonces, en silencio, lloraba por mí y por todo. 

  Han pasado varios días desde que sé que el hermano de Hunter fue secuestrado por los cazadores. No lo presioné buscando saber el desenlace porque sé cómo acaban la mayoría de estas situaciones. El lobo es torturado e incluso humillado hasta que los cazadores consiguen la información que buscaban. Es irónico pensar en que ellos afirman hacer el bien, salvar a la humanidad, cuando no solo sangre de hombres lobo corre por sus manos. Para ellos solo hay un objetivo: acabar con lo sobrenatural. Y si para ello tienen que acabar con vidas humanas, lo hacen. Porque como ellos dicen: ''tan solo son daños colaterales''.

  —Ares, mírame —ordena suavemente una voz—. Venga, nena. Vamos a volver a casa.

  Soy levantada del sucio suelo de arena mojada y lodo, y llevada en brazos. No me preocupo por quién es o en si supone una amenaza. Su delicioso aroma a menta y lluvia me confirma que es Hunter. Recuerdo con claridad el momento en el que supe su nombre y una suave sonrisa asoma por mis labios. Sin embargo, de nuevo el pensamiento de su hermano acaba con mi efímera felicidad. Me aterra pensar en que quizás yo le haya hecho daño. Palidezco al pensar en que, tal vez, Hunter no pueda perdonarme. 

  Sus brazos se aprietan a mi alrededor cuando me deja sobre una superficie fría. Hemos entrado a la mansión. Vuelve a ser viernes y los chicos han ido de fiesta y a pasárselo bien. Como es de esperar, para mí eso ya se ha acabado. Al menos hasta que se sepa quién intenta matarme. Rafael y Martha han acudido a una importante reunión con los demás líderes y Miranda tiene una cita romántica con el jardinero. Debo decir que este último romance ha sido el tema de discusión esta semana. Los chicos han ayudado a Cliff, el jardinero, y yo he aconsejado a Miranda. Ambos necesitaban un buen descanso y una dosis de un nuevo y ferviente amor. 

  De repente, una ráfaga de aire frío en la piel de mi estómago me saca de mi trance. Miro hacia abajo y veo las manos de Hunter enrolladas en la tela mojada de mi sudadera. Poco a poco, la levanta y expone mi piel. Cuando llega a la altura del ombligo empujo su cuerpo lejos del mío y vuelvo a taparme. El miedo invade mis ojos. No debe verme.

 —No... —susurro con la voz quebrada.

  Nuestros cuerpos comienzan una lucha en la que yo intento alejarlo y él detenerme. Tal vez sea la visión de mis lágrimas lo que le insta a rodearme con sus fuertes brazos y calmarme.

  —Déjame ayudarte, por favor —repite una y otra vez en mi oído.

  Después, cuando vuelve a intentar quitarme mi sudadera, no lo detengo. Tan solo miro a los profundos ojos verdes que examinan con detalle cada porción del cuerpo que él mismo desviste. Algunos minutos después, cuando solo la ropa interior me cubre, sus ojos surcan la piel tatuada mi cadera y sus dedos acarician suavemente las líneas de tinta del atrapa-sueños dibujado. Cuando descubre las horribles y alargadas cicatrices, cierra sus ojos con fuerza e inspira. Más tarde, fija su atención en mis antebrazos y repite la misma acción con cada imperfecto que encuentran sus yemas. Sin embargo, no vuelve a abrir los ojos cuando llega a mi pecho, donde a la altura de mi corazón, descansa la lesión más grave que sufrí. La que casi me costó la vida. Sé que le doy asco, pero en algún lugar dentro de mí, esperaba que no fuese así. Ankar tenía razón: nadie puede quererme con tantas cicatrices.

  —Lo siento —digo, pero no parece oírme.

  Camina de un lado a otro susurrando palabras sin sentido y, tras algunos minutos se detiene a pocos centímetros de mi rostro. Lleva sus manos a ambos lados de mi cuerpo, apoyándose en la encimera del lavabo y obligando a su cuerpo a pegarse contra mis caderas. Entierra su rostro en mi cuello e inhala sonoramente. Temo que vaya a atacarme, pero este miedo cae cuando  marca un camino de besos húmedos desde mi clavícula hasta el lóbulo de mi oreja. Entonces, se separa y me mira directamente a los ojos. Una emoción que no soy capaz de descifrar lo invade.




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