Wolf Hunter

XVIII

Perlas de sudor frío e incoloro adornan la tersa piel de mi frente mientras los músculos de mis piernas se tensan con cada movimiento que efectúo al correr. Mi respiración marca un ritmo rápido y a destiempo con la constante subida y bajada de mi pecho. Mi cabello negro, firmemente recogido en una coleta alta, se balancea de izquierda a derecha por las frías ráfagas de viento que azotan el bosque. Son diecisiete los hombres que me acompañan en esta dura noche de diciembre. Se supondría que tal noche como hoy ellos estarían con sus familias y pasearían por las acogedoras calles del pueblo. Ahora mismo, yo tendría que pasar la noche admirando aquello que nunca pude disfrutar de la Navidad. No es que los cazadores no celebrasen esta fiesta, al contrario, era la mayor celebración del año. Sin embargo, yo nunca recibí otro regalo que no fueran golpes y humillaciones. La ambigüedad de su moral era francamente hipócrita; es decir, cada uno de ellos era un ferviente devoto de Dios. Cada noche, mañana de domingo o antes de una cacería; todos rezaban y agradecían al Señor. ¿Pero no dice uno de los mandamientos no matarás?

  "Son abominables. Criaturas del mismo infierno que han llegado a la Tierra para pecar y llevarnos con ellos a su mundo de maldad. Dios no quiere otra cosa que no sea acabar con ellos. No es pecar si busco un bien mayor"

  Esas fueron las palabras que Ankar pronunció antes de uno de los peores castigos de mi vida. Aquel día afirmé que irían al infierno por matar. ¿Por qué lo hice? Porque tenía catorce años, carácter y ansias de libertad. Creí que razonando con argumentos bíblicos podría conseguir un futuro sin violencia, pero lo único que recibí fueron veinticinco latigazos y que me crucificaran como a Jesucristo le hicieron. Por si fuera poco, durante las tres horas en la cruz, todos y cada uno de los cazadores vinieron a burlarse de mí. Mujeres, hombres e incluso niños. Mi familia, sangre de mi sangre. Por ese entonces, Seth seguía bajo el poder de los cazadores, por lo que decidí no volver a hacer o decir nada que pudiera perjudicarlo.

  Ha sido un fin de semana intenso para cada habitante de la manada Bronce y, en cierta medida, para cada uno de los residentes del territorio lobuno. El equipo de seguridad de Zuler sigue sin comprender cómo pudieron fallar de tal manera. No solo no habían interceptado al mayor sospechoso cuando entró por sus puertas, sino que como si de uno más de los suyos se tratase, habían permitido que liberara a uno de los reclusos más peligrosos del momento: Freud. Como supuse hará un par de días, no soy su única víctima. Conforme la investigación policial avanza, cientos de informes de desapariciones de mujeres y niños entre los seis y trece años han sido resueltos conforme los cuerpos aparecían. Aunque todavía no sabemos de qué manada fue expulsado Freud, si sabemos que se trataba de uno de los mercenarios mejor pagados y sangrientos de la última época.

  ¿Cómo puede alguien torturar y asesinar a un niño? ¿Qué clase de enfermo asesina a una embarazada delante de su marido?

  —¡Alto! —exclama un hombre a diez metros por delante de mí.

  Como los demás guardias, es alto y fornido; y viste un uniforme completamente negro. Sus ojos dorados parecen brillar en la oscuridad cuando se acerca lentamente a mí y me advierte:

—Sé que eres amiga de mi hermana pequeña y mi pareja, Leah. Así como que tú eres el mate de Hunter, pero no dudaré en inmovilizarte o incluso atarte si pones en juego la operación. ¿Entendido?

siento convencida y dejo que la información recibida fluya a través de mí. No es la primera vez que veo a este hombre, no. La primera vez que vi a Hunter él estaba allí, a su lado. Cuando Amber me atacó, él estaba en la enfermería. Él es Trevor y tiene los mismos ojos de oro que Kate, su hermana.

-No haré nada que ponga en riesgo la vida de Collins- afirmo con convicción.

Trevor me mira de reojo y asiente preocupado. Sé que nadie confía en mí ahora. Ni siquiera yo misma sé si podré mantener la razón una vez entremos en la vieja y semiderrumbada casa de cemento en la que, según el rastro seguido, Collins se encuentra.

Los pasos chocando contra las malas hierbas del descuidado jardín hacen eco en el silencio de la noche. Todos me miran esperando la señal que autorice su movimiento. Elevo mi mano derecha y separo mis dedos como en Star Trek: juntando dedo pulgar, índice y anular; y separándolos del resto. Es algo ridículo, pero Hunter creyó que debíamos darle un toque de humor a todo esto.

-Jodido idiota- susurro antes de entrar tras los bien armados guardias.

A partir de este momento todo se convierte en un absoluto caos. Nadie se mueve, pero si miran asombrados al adolescente rubio que cruza ambas piernas mientras se sienta cómodo en un sofá viejo y desgastado. Mi mandíbula cae como gesto de confusión al verlo aquí, tranquilo y relajado mientras cena un gran bocadillo.




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