Wolf Hunter

XXIX

Mi mirada atraviesa su semblante serio, pero burlón al mismo tiempo. Ankar siempre fue así: un hombre comprometido con su causa y divertido por las reacciones que, con tan solo pronunciar su nombre, se daban entre muchos. Nada ha cambiado en él desde la última vez que lo vi. Una chaqueta de cuero marrón viejo enfunda unos hombros anchos e increíblemente firmes para su edad. Una gran cicatriz surca su pómulo derecho hasta acabar en la comisura derecha de sus labios. Esta es la única marca visible de su primera y última derrota.

Nunca supe cómo ni quién se enfrentó a él en tal sanguinario combate, aunque múltiples leyendas y rumores infundados por el miedo escapaban por lo labios de muchos. Durante mi agria niñez, escuchaba a menudo estas historias cuando deambulaba, a escondidas, por cada rincón de la Residencia de Cazadores. Lo que todos creen es que en una noche de cacería, Ankar fue más allá de las fronteras en donde solía asesinar. Aquella vez, se adentró en el corazón del territorio. El rey Röml, quien conocía sus planes, dispuso un ejército camuflado cuyos soldados se hicieron pasar por simples paisanos. Para cuando los hombres del cazador líder llegaron, la matanza ya estaba servida. Lo que les pareció en un principio una victoria fácil y rápida, se convirtió en la jugada de ajedrez más mortífera que los cazadores hubieron conocido hasta la noche en la que los lobos acabaron con ellos y me llevaron a Bronze. Ningún cazador consiguió vivir tras la cruel batalla. Los ríos de sangre tiñeron el asfalto de las calles y los cuerpos sin vida de los hombres cayeron uno tras otro. Sin embargo, ahí estaba él, Ankar, el líder que les prometió no solo la seguridad de saber que volverían a su hogar, sino que les aseguró que exterminarían por fin a todos los hombres lobo. A partir de aquí todo son teorías sobre lo que aconteció tras esto. La primera da solución cuando Röml lo marcó con su espada de oro.

"Esta es la prueba del deshonor y fracaso del que dice ser el salvador, un nuevo profeta de Dios. Cada mañana al despertar, mirarás en tu reflejo ,con horror, el recuerdo de cada muerte que provocaste a tus hombres".

Fueron las palabras que el rey le dedicó antes de dejarlo marchar.

No obstante, otros explican su marca como el castigo que el propio Ankar se infligió. Obligando a su propia esposa a cortar la piel de su rostro con el puñal de plata que debería haber empuñado en el pecho del rey de los lobos.

Ahora, tampoco sé qué creer. Lo único que sé es que mi mayor temor ha cobrado la vida de nuevo.

-Ankar...- susurro aterrada.

Todos los hombres de la sala me observan confundidos mientras yo veo a Ankar desapareciendo entre la espesa niebla del bosque. Mi cuerpo tiembla y las lágrimas amenazan con florecer. La mano de Hunter busca la mía, pero su toque inocente provoca que mi cuerpo se tense al recordar de nuevo todo lo que pasé. Me aparto de él arisca y enfadada con el mundo. ¿Terminará algún día esta pesadilla? ¿Qué planes oculta su sonrisa cínica? Collins se levanta aún conmocionado y se acerca poco a poco a mí. Levanta ambas manos en señal de sumisión esperando una pasividad que no le concedo. De nuevo, me alejo con pasos rápidos y decididos, y adopto una posición defensiva. Mis músculos están tensos y mi razón perdida en el dolor del pasado.

-Ares, mírame- ordena con suavidad Hunter y lo hago.

-Lo he visto. Me dijeron que todos habían muerto, y ahora sé que él no lo ha hecho.

Los soldados se miran entre sí hasta que Trevor asiente y dice:

-Lo hicimos, acabamos con todos los cazadores. Ankar murió. Yo estuve allí- afirma con la voz grave.

-¡Maldita sea, lo he visto!- exclamo con demasiada intensidad- ¡Estaba fuera!

Él ha vuelto a por mí. Terminará con todos lo que me importan, arruinará mi nueva vida y volverá a hacerme daño.

-Él murió. Lo decapitaron, Ares. No pudo sobrevivir tras eso. Nadie te hará daño.

Hunter intenta convencerme, pero algo dentro de mí siempre supo que mi historia con los cazadores no había acabado. Sin embargo, opté por creer a los demás y vivir lo más intensamente que pudiera. Fui yo quien quiso ignorar el peligro que sabía que me acechaba.

-¿Cómo lo hiciste con Freud?- preguntó y los hombres lanzan una exhalación forzosa- No puedes protegerme de todo. No existe quien pueda hacerlo. Da igual que sean dos o cien los guardias que velen por mí porque siempre intentarán acabar conmigo.

Siento la tristeza de Hunter no solo en su mirada, sino bajo mi piel. Mi comentario ha sido doloroso, pero la verdad siempre es cruel. La vida lo es y nosotros con ella.

La primera gota de dolor cae por mi mejilla cuando salgo corriendo sin saber a dónde voy, pero sí sabiendo de que huyo. Mi nombre es dicho por alguien más atrás, pero solo soy capaz de captar un suave susurro que a penas alcanza mis oídos. Tan solo quiero correr y acabar con todo. La presión de mi pecho aumenta con cada paso acelerado que doy en busca de lo abstracto. Aumento la velocidad; corro; y sigo corriendo hasta que mi visión se torna borrosa por las lágrimas que traicionan mi fortaleza. Caigo una, dos, tres,cuatro e infinitas veces más contra el barro de hojas secas y arena mojada. La noche se cierne sobre la inmensidad del bosque y un inquieto silencio golpea mis oídos. En mi cabeza retumba el constante martilleo que me lleva a gritar de agonía y caer por un gran terraplén atravesado por decenas de hileras de fuertes abetos. Caigo mientras ruedo en un mareo infinito de dolor. Golpeo mi cuerpo con fuerza las piedras y troncos de los árboles que se interponen en mi camino cuesta abajo.




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