Wolf Hunter

XXXII

El collar que Ares menciona en el capítulo anterior aparece en el V capítulo, cuando narra un recuerdo en el que Ankar asesina a un hombre a sangre fría y ella, con el fin de encontrar a su familia algún día, coge su collar. 

Un suspiro sonoro y cansado escapa de entre mis finos labios cuando apago el despertador. Encojo mi cuerpo y me acurruco mejor bajo las cálidas sábanas mientras me engaño afirmando que solo estoy retrasando el momento de mi partida al instituto porque tengo sueño, cuando en realidad lo único que siento es miedo. Un terror frío que acaricia la longitud de mi espina dorsal y extiende sus afiladas garras sobre mis hombros, haciéndolos pesados. El despertador vuelve a sonar y niego repetidamente con la cabeza en señal de disgusto. Sé que debo afrontar este día como cualquier otro, pero el saber que tal vez hoy pierda al que ha sido mi mejor amigo y mayor confidente me lleva hasta el borde de la locura.

Finalmente, salgo de la gran cama y me visto con lo más cómodo y sencillo que encuentro. Este es el momento en el que tendría que contradecirme con mis acciones vistiendo algo que me quedase extremadamente bien, pero no creo que un pantalón ancho de deporte le quede bien a nadie. Después, bajo la escalera y camino hasta el comedor, donde se encuentran los demás. 

Esta mañana, no se escuchan sus risas ni sus descabelladas anécdotas sobre sus conquistas de la noche anterior. No, esta mañana el silencio y la seriedad se refleja en sus rostros afligidos mientras escuchan atentamente al locutor del programa de radio que Rafael ha sintonizado. 

"Se declara el estado de emergencia en todo el territorio. Se ruega a todos los ciudadanos su colaboración con las autoridades. Recordamos que a partir del día de hoy, se impondrá el toque de queda y se cerrarán las fronteras..."

Mi pulso se acelera al comprender la gravedad de la situación. Desde que estuve en Fuller, han transcurrido solo tres días. Tres días y veintinueve ataques en todo el territorio. Ya no es solo una amenaza individual contra mí, sino que quieren acabar con todos. 

Ankar siempre quiso esto. Él es el culpable.

Asiento consternada y me levanto de mi asiento sin siquiera haber desayunado. Colton y Sam intentan tranquilizarme con una sonrisa que acaba en una extraña mueca de la que ellos mismos son conscientes. Luke, lee pensativo el periódico en el que se anuncia que la guardia real doblará sus efectivos hasta que la amenaza cese. Recuerdo como hace dos noches, todos nos mantuvimos a la espera de noticias de Trevor, quien estuvo presente en uno de los atentados. Afortunadamente, salió ileso, por lo que tanto Kate como Luke pudieron dormir tranquilos el resto de la noche. Sin embargo, se que a él sigue pensando en qué hubiera pasado si Trevor nunca hubiese llamado, si su hermano hubiera muerto. 

Los hombres lobo son conocidos por su orgullo y valentía, pero detrás de cada hombre, se esconde un alma frágil atormentada por sus miedo e inquietudes. No han sido demasiados lo que han perdido la vida durante estos tres días, pero si los suficientes como para preocupar a toda la población.

¿Cómo no tener miedo cuando aquellos que se creían muertos han vuelto para acabar con todos?

Esta es la gran pregunta que los ciudadanos se hacen cada vez que les dicen que no deben temer. Pero, el verdadero problema, es que nadie entiende como han logrado sobrevivir los cazadores. Según el reino y su equipo especial de búsqueda, los cazadores fueron exterminados la misma noche en la que me encontraron. Yo misma pude ver los cuerpos bañados en sangre antes de perder el conocimiento. Entonces, ¿cómo es posible que Ankar esté vivo si fue decapitado?

Las preguntas sin respuesta se amontonan y dan lugar a la incertidumbre y terror que nubla la vista de cada habitante del reino. 

  — Tesoro, debemos irnos si no quieres llegar tarde — dice Martha y acaricia con suavidad mi mejilla.

Asiento y me despido con un leve susurro de los chicos y de Rafael, quien parece más afectado de lo que pretende aparentar. Después, abro la puerta del coche y espero sentada en el asiento del copiloto a que Martha conduzca hasta el instituto. 

Es un día sombrío, en el que las nubes oscuras ocultan cualquier rayo de sol que pudiese alegrar tan devastadora visión. Durante el trayecto, Martha cambia constantemente de emisora, buscando alguna en la que no se hable de la terrible situación que atravesamos. No ignoro el temblor en sus manos y las oscuras ojeras bajo sus ojos. 

El vehículo se detiene y Martha se despide con lágrimas en los ojos. 

  — Voy al instituto— brome y ella sonríe —. No a la guerra.

Martha asiente y besa con demasiada delicadeza mi mejilla. Entonces, bajo del coche y camino lentamente hasta la entrada. El nudo en mi estómago se hace más fuerte y los deseos de huir aumentan con cada paso. 




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