Wolf Hunter

Epílogo

 Todos, con el tiempo, aprendemos a llevar el dolor que la vida nos regala. Lo guardamos y seguimos nuestro camino, pero en cada paso, el peso sobre nuestros hombros es mayor. Tomamos decisiones, acertadas o equivocadas; conocemos personas, buenas y malvadas; reímos; lloramos; pero sobretodo, vivimos. Vivimos para lamentarnos por aquello de lo que nos arrepentimos. Vivimos para disfrutar de aquello que hicimos y estamos orgullosos de haberlo hecho.

 Somos uno, pero a la vez un todo. En la vida arriesgamos, tomamos senderos desconocidos y, tal vez, peligrosos. Y es entonces, cuando ganamos o perdemos. Tal vez sean segundos, horas o incluso años, pero todo se decide a través de las vivencias y las emociones en cada una de ellas. La conducta humana se basa directamente en la experiencia y en la forma que cada persona tiene de interpretar y asimilar aquello que ha sucedido a lo largo de nuestra existencia.

  No existe ningún final feliz en la realidad, porque todo lo que acaba implica perder algo. Esto es el tiempo, momentos y personas. Es por esto por lo que construimos cementerios, para poder enterrar el pasado, pero recordar a aquellos que nos dejaron sobre la larga marcha de la vida.

  Y ahora, mientras observo con pesar su nombre inscrito en la oscura lápida de piedra, cuando pienso en cuántos más tendrán que morir de manera injusta. Una ráfaga de viento calmado y gélido abanica los oscuros mechones de mi cabello cuando me lamento por todos aquellos que están destinados a dejar el camino por las viles acciones de otros. ¿Cuánta maldad puede albergar el mundo? ¿Cómo puedo evitar el desastre, la muerte y la desesperación?

  Como cada día desde hace seis meses, me dejo caer de rodillas frente a su tumba. Recuerdo su voz, su mirada triste y apagada, y los finos hilos de oro de su pelo. Entiendo que todo acaba, que muchas veces el final no es feliz o triste, sino agridulce. Mientras lágrimas saladas corren por la fría piel de mis mejillas lloro en la soledad que este triste cementerio me otorga. No tuvimos la mejor de las relaciones, pero me duele que haya acabado así. Amber no merecía un final así.El viento sopla con más fuerza y los árboles dejan caer sus hojas junto con mi pesar.

  —Ares, debemos irnos —su voz penetra en mis oídos cuando se deja caer de rodillas en la hierba y abraza mi cintura.

  Asiento mientras limpio todo rastro de dolor en mi rostro. Llevo mis manos con las suyas y, por un momento, tan solo unos minutos, me permito disfrutar del fiel consuelo que él me ofrece. Hunter besa mi cuello y acaricia mi cabello como cada tarde desde el fatídico día en el que él me dejó rota y confundida. Desde que él me prometió volver.

  —Es hora de dejarlo ir —vuelve a decir—. Es duro, pero debemos seguir adelante.

  Estoy de acuerdo, pero en mi interior algo me impide aceptarlo.

  —Lo sé.

  Hunter nos levanta y acuna mi rostro con sus cálidas manos. Entonces, una vez más, me pierdo en su mirada y pienso en cómo puedo amarlo de la forma en la que lo hago. Sus labios rozan brevemente los míos antes de entrelazar nuestros dedos y abandonar el lugar en el que tantas lágrimas se han derramado y tantos sueños se han roto.

  Después, logro ver la figura de Trevor a lo lejos, vestido de traje negro y apoyado en el coche que nos llevará de vuelta al palacio. Un atisbo de lástima se refleja en unos iris llenos de gratitud y deuda. Tras mi recuperación, no hubo nadie que no alabase mi valentía, determinación y fortaleza. Como Hunter dijo, nadie me odiaba, sino que todos me consideraban la gran heroína del reino: su protectora. Trevor me agradeció, con la voz rota y entre lágrimas, por haber salvado su vida.

  Y ahora, una vez más, me agradece mientras el chófer conduce hacia mi nuevo hogar en el reino.

  —¿Nervioso? —pregunto con una sonrisa llena de ilusión y entusiasmo.

  Trevor se muerde el labio y me mira con duda. Hunter ríe y me atrae hasta su cuerpo cuando de mi boca escapan suaves carcajadas cargadas de felicidad.

  —Impaciente —dice y se deja caer en el asiento con una gran sonrisa.

  —¿Llevas los anillos? —le pregunto esta vez a Hunter.

  De repente, su rostro palidece y busca desesperadamente en sus bolsillos. Trevor lo observa asustado y empieza a amenazarlo con las crueles cosas que le ocurrirán si no los tiene. Río con más fuerza cuando Hunter saca del interior de su chaqueta dos pequeñas cajas de terciopelo rojo y respira aliviado.

  —Hubiera sido una boda graciosa, hombre —bromea Hunter.

  —Leah te hubiera matado y yo me habría quedado sin noche de bodas. ¿Es eso lo que tú llamas gracioso?

  Ambos ríen y yo aliso la larga y elegante falda de mi vestido antes de entrar a la sala de ceremonias y caminar de la mano con Hunter hasta el altar. Un halo de anhelo cubre su mirada cuando imagina en un futuro en el que yo vista de blanco y en sus manos brillen las doradas alianzas que sé que el espera llevar. Más tarde, me coloca con cuidado y cariño la brillante corona que ahora me pertenece, y observo con admiración la suya propia sobre su cabeza.

  —Odio esto —murmura—. Siempre me estropean el peinado.

  De repente, las puertas se abren y la música comienza a sonar. Todos se levantan de sus asientos sonrientes y alaban a la bella novia que camina hasta el altar. Veo a los chicos, a mis padres y a Kate sonriendo entre piropos. Pero, como ya debería saber, no lo veo a él.




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