🐺 El Llamado del Lago
Narrado por Erkin
—No quiero que me molesten. Voy a salir solo —dije con firmeza, mirando a mis soldados a los ojos. Ellos bajaron la mirada, obedeciendo sin cuestionar. Nadie debía seguirme.
Soy Erkin, Rey de Wolves. Nací con la marca sagrada que me designa como líder de todas las manadas. Desde la muerte de mis padres, he gobernado con honor, protegiendo a los nuestros de los desterrados, aquellos que fueron expulsados por la diosa Selene por desafiar el equilibrio. Mi deber es mantener la paz, aunque esa paz se ha vuelto frágil con los años.
Hoy, sin embargo, algo me inquieta. Desde hace días, he tenido sueños con una voz que me llama. No es cualquier voz. Es cálida, poderosa, familiar. Mi instinto me empuja hacia el norte, hacia el bosque. Y yo confío en mi instinto. Siempre lo he hecho.
—Corre más rápido o déjame tomar el control —gruñe Leonard, mi lobo interior, impaciente.
—Ya casi llegamos —le respondo mentalmente. Ambos sentimos lo mismo. Algo nos espera.
Mis pasos me llevan al Lago Helado. Un lugar hermoso, pero peligroso. Muchos han sucumbido a su hechizo, atraídos por su belleza y condenados por su magia. El agua cristalina refleja el cielo, y la nieve que lo rodea parece protegerlo como un velo sagrado.
Me detengo en la orilla, como siempre lo hago. Pero esta vez, algo cambia.
El agua se agita.
Una figura emerge lentamente del lago. Primero veo su silueta, luego su pelaje blanco como la nieve. Es una loba. Majestuosa. Imponente. Sus ojos azules brillan con intensidad. Nunca había visto una criatura tan hermosa. Mi corazón se acelera. Leonard ruge de emoción.
—¡Es ella! ¡Nuestra reina! —grita dentro de mí.
La loba da unos pasos, tambaleante, y cae. Me acerco corriendo, sin pensar. La tomo entre mis brazos justo cuando comienza a transformarse. Su cuerpo cambia, su pelaje se desvanece, y ante mí aparece una mujer. Su cabello es blanco como la luna, su piel suave como la nieve. Está inconsciente, pero su presencia lo llena todo.
—Protégela —susurra la loba antes de desaparecer en luz.
La envuelvo con mi camisa, cubriendo su cuerpo mojado. No siento frío, solo el calor de su esencia. La llevo al castillo, corriendo con una velocidad que solo los reyes pueden alcanzar. Nadie me detiene. Nadie se atreve.
Al llegar, todos me miran con asombro. Nunca me han visto así. Cargando a una mujer con tanta devoción. Mi beta, Marcus, se acerca.
—¿Quién es ella? ¿Fue atacada? —pregunta, preocupado.
—Es mi reina —gruño, sin poder evitarlo. Marcus se aleja, comprendiendo la intensidad del vínculo.
—¡Trae a Erika! —ordeno, y sigo mi camino hacia mi habitación.
La acuesto en mi cama, con cuidado. Su cabello se despliega como un manto de luz. Parece un ángel caído del cielo. O quizás, la Reina de las Nieves que ha despertado.
Erika, mi hermana, entra rápidamente.
—¿Es ella? —pregunta, admirándola.
—Sí. Revísala, por favor.
Erika no duda. Examina su cuerpo, toma su temperatura, analiza cada detalle. Finalmente, me mira.
—Está bien, a pesar del lugar de donde salió. Intentaré despertarla.
Usa un líquido especial, y poco a poco, la mujer abre los ojos. Son azules, profundos, como el lago que la liberó.
—Mi reina —susurro, tomando su mano.
—¿Dónde estoy? —pregunta, confundida.
—En la manada Wolves. Soy Erkin, tu rey. Y tú… tú eres mi reina.
—¿Qué? —su voz tiembla—. ¿Quién soy?
—¿Recuerdas algo? —pregunto con suavidad.
—Yo… estoy confundida. Me duele la cabeza. Yo soy… yo…
Sus ojos se cierran de nuevo. Erika se acerca.
—Está agotada. Necesita descansar.
—Cuídala personalmente —le pido—. Prepara la habitación contigua a la mía. Hasta que sienta el vínculo, no puede dormir conmigo.
Erika asiente. Confío en ella. Es una gran doctora, pero también una guerrera leal.
Salgo de la habitación con el corazón afligido. He esperado a esta mujer toda mi vida. Y ahora que está aquí, no recuerda quién es. Pero sé que lo hará. Lo siento en mi alma.
Llamo a Marcus. Si alguien puede descubrir su origen, es él. Pero al entrar en mi oficina, me encuentro con alguien más.
—¿Quién te dejó entrar? —gruño.
—Sigo siendo tu hermano, aunque seas el rey —responde Erken, sentado en mi silla como si fuera suya.
—Renunciaste a tu hogar. Vete antes de que sea tarde.
—Solo vine a advertirte. La guerra se acerca. Y yo sí tengo una reina —dice con burla.
—Gracias por la información. Ahora vete.
—Te arrepentirás, Erkin. Cuando te des cuenta de quién es ella, será demasiado tarde.
—Lárgate —gruño con voz de alfa, y lo expulso mágicamente de la manada.
Marcus entra justo después, junto a dos soldados.
—Sentimos la presencia del enemigo —informa, alerta.
Pero no es Erken quien me preocupa. Es otra mujer que aparece, gritando:
—¡Mi rey! ¡Mi amado!
Mi lobo ruge. Quiere atacarla.
—¿Quién la dejó entrar? —pregunto, furioso.
—Soy tu reina. Llevo la marca que lo prueba —dice, mostrando su brazo.
—Esa marca es falsa. No eres mi reina. Nunca lo serás.
—Te arrepentirás —dice con dignidad, antes de marcharse.
Pero yo no me arrepentiré. Porque mi verdadera reina ya está aquí. Y aunque no recuerde quién es, su alma me llama. Su loba me eligió. Y yo la protegeré, hasta que el mundo recuerde su nombre.