🐺 Voces en la Niebla
Narrado por Serena
Desperté con el corazón latiendo con fuerza. Había soñado con una luna roja, con lobos aullando en un círculo de fuego, y con una voz que me llamaba por un nombre que no recordaba. Me senté en la cama, jadeando. La habitación estaba en silencio, pero mi interior era un torbellino.
Erika entró con una bandeja de desayuno. Me sonrió con esa calma que parecía envolverlo todo.
—¿Dormiste bien?
—No lo sé —respondí, frotándome las sienes—. Soñé cosas extrañas. Voces. Imágenes. Una loba blanca…
—Rohana —dijo con suavidad—. Tu loba interior. Está intentando ayudarte a recordar.
—¿Por qué no puedo hacerlo? ¿Por qué mi mente está tan… vacía?
—No está vacía, mi Reina. Está protegida. A veces, cuando el dolor es muy grande, la mente lo encierra para sobrevivir.
Me quedé en silencio. ¿Qué clase de dolor había vivido para que mi propia mente me lo ocultara?
—¿Puedo salir? —pregunté de pronto—. Necesito caminar. Respirar.
—Claro. Te acompañaré.
El castillo era más grande de lo que imaginaba. Pasillos de piedra, vitrales con escenas de batallas antiguas, estandartes con el símbolo de la luna creciente. Todo me resultaba ajeno y, al mismo tiempo, familiar. Como si lo hubiera visto en otra vida.
Salimos al jardín interior. La nieve cubría los arbustos, pero no hacía frío. Erika me explicó que el castillo estaba protegido por un hechizo ancestral que mantenía el clima templado para los habitantes.
—¿Y tú? —le pregunté—. ¿Tienes una loba?
—Sí. Se llama Elira. Es fuerte, testaruda… como yo.
—¿Y cómo fue tu primera transformación?
Erika sonrió con nostalgia.
—Dolorosa. Pero liberadora. Es como si por fin te encontraras contigo misma. Como si todo encajara.
—¿Y yo? ¿Ya me transformé?
—Sí. Erkin te vio en tu forma de loba cuando saliste del lago. Dijo que eras la criatura más hermosa que había visto.
Sentí que mis mejillas se encendían. No sabía cómo responder a eso.
—¿Y él? ¿Siempre ha sido así?
—¿Así cómo?
—Tan… protector. Intenso.
Erika rió.
—Erkin es muchas cosas. Pero contigo es diferente. Nunca lo vi tan… vulnerable. Desde que él era un niño, hablaba de ti. Decía que su lobo le había mostrado a su reina. Que la esperaría el tiempo que fuera necesario.
—¿Y si no soy ella?
—Lo eres. Lo sabemos. Solo falta que tú lo recuerdes.
Esa tarde, decidí explorar sola. Caminé por los pasillos hasta llegar a una sala que parecía una biblioteca. Miles de libros cubrían las paredes. Me sentí atraída por uno en particular. Era antiguo, con una tapa de cuero desgastada. Lo abrí y encontré una ilustración: una loba blanca con ojos azules, rodeada de fuego y nieve.
“Reina de los Lobos”, decía el título.
Pasé las páginas con cuidado. Historias de antiguas reinas, de guerras, de traiciones. Y entonces, una imagen me detuvo. Dos niñas, una de cabello blanco y otra de cabello negro, jugando en un campo nevado. Sentí un nudo en el estómago.
—Sienna… —susurré.
La imagen se desvaneció de mi mente tan rápido como llegó. Cerré el libro, temblando.
—¿Qué me hiciste? —murmuré, como si ella pudiera oírme.
Esa noche, Erkin vino a verme. Se sentó frente a mí, en silencio, como si esperara que yo hablara primero.
—Hoy recordé algo —dije finalmente—. A Sienna. Jugábamos juntas. Éramos niñas.
—¿Y qué sentiste?
—Tristeza. Y miedo.
Erkin asintió.
—Ella vino aquí. Dijo que era mi reina. Mostró una marca. Pero mi lobo la rechazó. Quiso atacarla.
—¿Y tú?
—Yo… sentí que mentía. Que ocultaba algo. Pero no tenía pruebas.
—¿Y ahora?
—Ahora te tengo a ti.
Nos quedamos en silencio. Luego, él se levantó y se acercó a mí. Me tomó la mano con suavidad.
—No tienes que recordar todo de golpe. Pero quiero que sepas que estoy aquí. Que siempre lo estaré.
—¿Y si nunca recuerdo?
—Entonces te enamoraré desde cero.
Sonreí, por primera vez en días. Tal vez no recordaba quién era. Pero empezaba a recordar cómo se sentía estar viva.
Esa noche, soñé con el lago. Pero esta vez, no caía. Caminaba sobre el hielo, segura, fuerte. A mi lado, Rohana corría libre, aullando a la luna. Y en lo alto, una corona de plata brillaba entre las estrellas.
Me desperté con una certeza en el pecho.
Mi nombre es Serena. Y aunque no lo recuerde todo, sé que fui traicionada. Sé que fui olvidada.
Pero también sé que he regresado.
Y esta vez, no me iré.