🐺 El Latido Compartido
Narrado por Serena
La luna se alzaba sobre el bosque como una promesa. Su luz plateada bañaba los pasillos del castillo, y cada rincón parecía respirar con ella. Desde mi despertar, todo se sentía más vivo. Más intenso. Como si el mundo me estuviera esperando.
Esa noche, no podía dormir. Caminé por los jardines internos, donde la nieve se mezclaba con flores nocturnas que solo florecían bajo la luna. Me detuve junto a una fuente congelada, y allí lo vi.
Erkin.
Estaba de pie, con la mirada perdida en el cielo. Su silueta se recortaba contra la luz lunar, y por un momento, sentí que el tiempo se detenía.
—No puedes dormir —dijo sin girarse.
—No. Mi loba está inquieta.
—La mía también.
Me acerqué lentamente. Él se volvió hacia mí, y nuestros ojos se encontraron. Fue como si el bosque se silenciara para escucharnos.
—Desde que llegaste, todo cambió —dijo—. El aire. El ritmo de los lobos. El latido del reino.
—¿Y tú?
—Yo… también cambié.
Nos quedamos en silencio. Luego, él extendió su mano. La tomé sin pensar. Y en ese instante, lo sentí.
El vínculo.
No era solo atracción. Era algo más profundo. Más antiguo. Como si nuestras almas se hubieran buscado durante siglos.
—¿Lo sientes? —preguntó.
—Sí —susurré—. Es como si mi corazón latiera con el tuyo.
Erkin se acercó más. Su mano rozó mi mejilla, y su mirada se volvió más intensa.
—Desde niño, soñé contigo. Mi loba me mostró tu rostro. Me dijo que esperara. Que cuando el lago se rompiera, tú vendrías.
—Y vine —dije, con una sonrisa temblorosa.
—Y ahora estás aquí. Serena. Mi reina. Mi alma gemela.
Sus palabras me envolvieron como un hechizo. Cerré los ojos, y sentí su frente apoyarse contra la mía. Nuestros alientos se mezclaron. Nuestros lobos rugieron en sincronía.
—No sé si estoy lista para gobernar —confesé—. Pero sé que contigo… puedo enfrentarlo todo.
—No estás sola. Nunca lo estarás.
Esa noche, no volvimos a nuestras habitaciones. Nos quedamos en el jardín, bajo la luna, hablando de nuestras infancias, de nuestros miedos, de nuestras esperanzas. Erkin me contó cómo perdió a sus padres, cómo asumió el trono demasiado joven, y cómo la profecía de su loba lo mantuvo firme.
—Ella me dijo que mi reina nacería el mismo día que yo. Que tendría el cabello blanco como la nieve y los ojos del cielo.
—¿Y si no soy esa reina?
—Lo eres. Porque cuando te toqué, mi marca brilló. Y mi lobo se arrodilló.
Al amanecer, regresamos al castillo. Erika nos esperaba con una sonrisa cómplice.
—La luna habló —dijo—. Y el vínculo se ha sellado.
—¿Qué significa eso? —pregunté.
—Que ahora, tus poderes se unirán. Que el reino reconocerá a sus verdaderos líderes. Y que la guerra… será inevitable.
Durante los días siguientes, Erkin y yo comenzamos a formar un consejo. Lobos sabios, guerreros leales, y líderes de manadas que aún creían en la profecía. Algunos dudaban. Otros se arrodillaban al vernos juntos.
—La Reina Perdida ha regresado —decían—. Y no está sola.
Una tarde, mientras revisábamos mapas de los territorios del norte, Marcus entró con noticias urgentes.
—Sienna ha tomado el Valle de los Susurros. Ha corrompido a los lobos guardianes. Y ha proclamado que la Luna Roja será suya.
—¿La Luna Roja? —pregunté.
Erika se acercó.
—Es el ritual ancestral. El momento en que la reina legítima puede reclamar el trono ante todas las manadas. Solo ocurre cada cien años. Y este ciclo… termina en tres lunas.
—¿Y si ella lo realiza primero?
—Entonces, el reino caerá bajo su mandato. Y la oscuridad se extenderá.
Me levanté. Sentí a Rohana rugir dentro de mí.
—Entonces debemos llegar antes. Debemos prepararnos.
Erkin me tomó la mano.
—Y lo haremos juntos.
Esa noche, en la sala de los espejos, me miré por primera vez como reina. Mi cabello blanco brillaba con fuerza. Mi marca resplandecía. Y mis ojos… ya no mostraban miedo.
Mostraban fuego.
Erkin se acercó por detrás, rodeándome con sus brazos.
—Eres la reina que el mundo olvidó. Pero yo… nunca lo hice.
Me giré hacia él. Nuestros labios se encontraron. Fue un beso suave, pero lleno de historia. De destino. De promesa.
—Juntos —dije.
—Hasta el final —respondió.
Y mientras la luna se alzaba sobre nosotros, supe que el amor no era una distracción.
Era mi fuerza.