Había una vez, un pequeño Sueño. Nunca se supo quién fue el primero en soñarlo. Era un Sueño realmente pequeño, tan diminuto que solo podía durar una noche. Y como todo Sueño, tenía un gran temor: desaparecer para siempre y que nadie le recordara nunca; ser olvidado.
El pequeño Sueño pensó y pensó, y al final hizo algo que ningún Sueño, hasta el momento, había osado hacer: se dio a sí mismo un nombre.
Y así fue cómo nació Wonderland, el País de las Maravillas.
El Sueño al fin tenía un nombre pero todavía necesitaba a alguien que creara y construyera el País de las Maravillas. Para semejante tarea, solo necesitaba a una sola persona; alguien que decidiera soñarlo para siempre. Y así, Wonderland nunca desaparecería porque mientras tuviera a una persona para soñarlo y recordarlo siempre, el pequeño Sueño seguiría vivo y no dejaría de existir.
Pero tuvo una idea todavía más brillante, a la vez que macabra. ¿Por qué limitarse a ser soñado y recordado, cuando podía atrapar a alguien y hacer que se quedara allí, en su sueño, eternamente? Evidentemente, ese alguien debía renunciar a su vida real y caer en un profundo y dulce sueño eterno del cual jamás despertaría. Y ese Sueño era, obviamente, Wonderland. El trato que le propondría a esa persona sería el siguiente: el individuo seleccionado renunciaba a su vida y se comprometía a soñarlo para siempre... Y a cambio, él mismo podría crear y construir el País de las Maravillas a su manera, como deseara, sin límite alguno.
Parecía un buen trato, ¿no? El Sueño pensó que era bastante razonable. Solo faltaba poner en marcha el plan, pero no sabía cómo. ¿Quién podría renunciar a su vida para soñarlo eternamente?
El Sueño empezó a desesperarse porque su plan era perfectamente brillante y no sabía cómo pasarlo a la práctica. Cuando lo dio todo por perdido y creyó que iba a desaparecer, de su más profunda desesperación de sucumbir al olvido y dejar su vacía existencia, surgió una idea. El pequeño Sueño pensó:
«Sólo tengo que buscar a alguien que esté cansado de vivir. Alguien cuya existencia sea tan triste, absurda, aburrida y vacía, que ya no tenga más ganas de vivir la vida. Alguien que quiera huir de esa estúpida vida real y adentrarse en un único, especial y mágico... Sueño eterno»
El rostro del Sueño se iluminó, al fin, con una gran sonrisa. Pero no era una sonrisa linda y angelical como la de los buenos sueños, sino una sonrisa que iba más allá de la alegría y la felicidad. Era una sonrisa enigmática que poco a poco se fue transformando en una mueca macabra y, al final, el Sueño estalló en fuertes carcajadas, que helarían la sangre en las venas a cualquiera que las escuchara... o las soñara. Se trataba de una risa fría, oscura, tenebrosa y cruel.
La malvada risa de alguien, que en el fondo, no es un Sueño.
Editado: 27.08.2018