Wonderland: el Origen de Alicia

CAPÍTULO 14: EL GATO DE CHESHIRE

 

La espesa columna de humo se filtraba por las ramas de los árboles y se elevaba hacia el cielo. Las oscuras cenizas caían lentamente como si de fina lluvia se tratara y se acumulaban en la tierra, concentrándose y creando un manto negro.

Hacía un buen rato que la carpa del Circo Deambulante había caído por completo y había sido presa de las ardientes llamas del fuego, quedando hecha cenizas.

Los hermanos no habían hecho nada hasta aquel momento; simplemente contemplaban en silencio aquella gran hoguera que se había originado unos pocos minutos atrás. Hacía un buen rato que habían dejado de llorar, seguramente porque las lágrimas se les habían agotado o tal vez porque ese inmenso calor les había secado los ojos.

Y pensar que ellos podrían haberse quedado atrapados allí dentro, junto con esos espantosos monstruos, siendo uno de ellos... Pero, por suerte, habían conseguido escapar de allí justo antes de que la carpa cayera y quedara completamente calcinada.

Sin decir una palabra, el niño se dio la vuelta y comenzó a caminar, sin detenerse ni mirar hacia atrás o comprobar tan siquiera si su hermana le seguía. El chico caminaba apresuradamente, como si tratara de alejarse de aquel horrible escenario lo más rápido posible.

—¡Espérame!—le gritó la niña pero su hermano mayor no pareció escucharla.

O no la quiso escuchar.

Dando grandes zancadas, la chiquilla consiguió alcanzar a su hermano pero éste no se volvió a mirarla. Ni siquiera parecía que se hubiera percatado de su presencia.

Fue así, en silencio, como prosiguieron su viaje. La pradera se seguía extendiendo más y más hacia el horizonte. Todo parecía estar igual que antes de que hubieran entrado en la carpa; terriblemente igual. Excepto por un detalle: el color del cielo había cambiado. Ahora ya no era de aquel delicado color rosáceo, sino que se había transformado en un naranja pálido.

Las cenizas continuaban cayendo del cielo. Realmente, llovían cenizas. Pero era demasiado extraño puesto que hacía rato que se habían alejado lo suficiente de los restos quemados del circo...

Un inquietante silencio envolvía a los hermanos.

—Bueno, di algo—susurró la niña con voz entrecortada ya que su hermano no había abierto la boca desde... aquello—.  Estás muy callado.

El niño de repente se paró en seco y se giró para mirar a su hermana a la cara. Sus ojos echaban chispas:

—¿Y cómo quieres que esté?—replicó éste, enfadado—. Te recuerdo que hemos estado a punto de morir, y además, de la peor manera posible. He visto pasar mi vida delante de mis ojos... Y lo que he visto no ha sido nada agradable.

—Sí, bueno... Yo también me siento así. Ha sido, probablemente, la peor experiencia de nuestras vidas; pero creo que podremos superarlo... juntos. Como siempre—la pequeña hizo un amago de sonrisa e intentó tomar de la mano a su hermano, pero éste se la sacudió de encima y se apartó un poco de ella. La niña estaba sorprendida ante esta actitud; su hermano nunca la había rechazado.

—Puede que tu lo superes, pero yo no. ¡Para ti es todo muy fácil, pero para mí, no lo es!—el niño hablaba con rabia—. No importa cómo te sientas, qué haya ocurrido o si te has equivocado porque siempre soy yo quien está a tu lado para apoyarte, ayudarte y consolarte. ¡Siempre soy yo quien te defiende y te protege! ¡Siempre soy yo quien carga con los problemas de los dos, y con las consecuencias que conllevan! ¡Soy yo quien se lleva la peor parte de todo!

La chiquilla estaba totalmente asombrada ante ese repentino discurso de su hermano mayor pero sobre todo lo que más le impactaba era su manera de hablar y su tono de voz, pues estaba cargado de rabia, ira y frustración.

—Hermano... ¿Por qué me hablas así?—la niña estaba sorprendida. ¿A qué venía todo eso?

—Porque ya estoy harto. ¡Porque soy el único que se da cuenta realmente de que hace unos pocos minutos podríamos haber muerto! ¡Porque todo esto que nos ha pasado ha sido por tu culpa! ¡Porque, aunque te dije que era una mala idea y que debíamos irnos, tú me ignoraste y decidiste que entráramos en aquel antro! ¡Porque si no llega a ser por , ahora definitivamente estaríamos muertos!

El niño, exasperado, se pasó la mano por el cabello revuelto. Su hermana se había quedado sin habla. Afortunadamente, pronto la recuperó:

—Pero... pero yo no sabía lo que había dentro de aquella carpa... Es injusto que me eches la culpa porque yo no sabía que existían unas pobres criaturas que...

—¿Pobres criaturas?—el niño se carcajeó—. ¡Eran horribles monstruos de circo! No los defiendas, y tampoco los compadezcas. Ya viste cómo eran y también lo que pretendían hacernos. ¡Estaban locos de atar! Hicimos bien en aniquilarlos porque no se merecían vivir... ¡Y te recuerdo otra vez, que si no llega a ser por , ellos nos habrían transformado también en horrendos monstruos y nos habríamos pasado la eternidad actuando en un estúpido circo! ¡O tal vez hubiéramos muerto en el proceso de transformación, como los seres que vimos en el supuesto camerino!



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En el texto hay: fantasia, retelling, distopia

Editado: 27.08.2018

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