Wonderland: el Origen de Alicia

CAPÍTULO 15: LA TERCERA ALICIA

 

Tras unos leves segundos de inquietud, el niño por fin se decidió a abrir los ojos. Lo primero que hizo fue mirarse las palmas de las manos y palparse suavemente el rostro y el cabello, comprobando así que no se había desintegrado al atravesar el Portal situado en la Pradera Interminable. Después centró su vista en su hermana pequeña y en el extraño gato que estaba a su lado, aquel ser que se hacía llamar Cheshire. Ambos estaban contemplando el maravilloso paisaje que se extendía hacía el lejano horizonte, bajo sus pies.

El muchacho parpadeó y se acercó más hacia donde su hermana y el Gato de Cheshire se hallaban, solo para contemplar aquella maravilla: se encontraban nada más ni nada menos que en lo más alto de una colina desde la cual se podía ver gran parte del paisaje del País de las Maravillas. Bajo ellos se extendía un gran campo de trigo dorado tan brillante como los rayos del Sol. 

Hacia el Oeste crecía un enorme y frondoso bosque de árboles altos con gruesos troncos cubiertos de musgo, hierba y helechos, cuyas larguísimas ramas se prolongaban hacía los costados y se alzaban hacía el cielo en busca de los cálidos rayos del Sol. Unas curiosas hojas de diversas formas, tamaños y colores adornaban las ramas de dichos árboles. Entre la extensa maleza se podían vislumbrar algunas extrañas criaturas que trepaban por sus troncos o descansaban entre el ramaje. 

Hacia el Este se encontraba el vasto, profundo e insondable océano, cuyas brillantes aguas azules reposaban en calma y llegaban hacia la orilla de la playa: una bonita cala de finas arenas blancas con algunas rocas cubiertas con preciosos corales y todo tipo de conchas y estrellas de mar. 

Por un lado, un ancho y largo río conectaba el mar con la ciudad que se extendía más allá de los dorados campos de trigo. Se trataba de un bonito poblado repleto de casitas de madera cuyos techos estaban recubiertos de paja. También se podían observar algunos campos de cultivo y áreas específicas para colocar el ganado. Numerosos puestos de tiendas ambulantes abordaban las calles y las plazas de dicha aldea, y cada zona del poblado estaba decorada con guirnaldas de flores y globos de diversos colores... En definitiva, parecía un hermoso lugar para vivir. 

Pero eso no era todo, pues lo más sorprendente venía a continuación: un sendero de brillantes baldosas amarillas tan relucientes como el oro marcaban el camino hacía una larga y altísima Muralla completamente elaborada con preciosas piedras de esmeraldas, y atravesaban su enorme portón para dirigirse hacia el gran Castillo Real.

Los niños dejaron escapar una exclamación de asombro, pues aquella era la construcción más grande e imponente que habían visto en sus vidas.

El Castillo estaba rodeado por un gran foso de relucientes aguas cristalinas en las que flotaban delicadamente varias flores de loto y delicados pétalos de rosas rojas. Más allá había un extenso jardín de setos, rosales y arbustos que desembocaban en el gran Castillo Real. Rodeado de dos altísimas cordilleras escarpadas —y curiosamente, cubiertas de nieve—, el Castillo se alzaba imponente hacia el cielo anaranjado. Sus muros eran blancos como la cal y sus enormes ventanales rematados en punta poseían cristaleras multicolores que lanzaban reflejos brillantes. Desde la parte inferior de los muros crecían varios arbustos y enredaderas cubiertas de rosas rojas que zigzagueaban por la pared y rodeaban los ventanales. En los extremos de las altas torres se habían construido enormes arcos con filos puntiagudos, y dichos arcos poseían forma de corazones, que sin duda habían sido elaborados con preciosas esmeraldas. Desde esas torres caían en forma de cascada más enredaderas con delicadas flores rojas.

Los hermanos se hallaban deslumbrados ante tanta belleza.

—¿A qué estamos esperando? ¡Llévanos ante la Reina inmediatamente!—le dijo el hermano mayor al Gato de Cheshire.

—¿Y esas prisas? Veo que estás muy interesado en conocer a Su Majestad—señaló Cheshire, con una enorme sonrisa cruzándole el rostro.

—Pues sí, estoy deseoso de conocer a la Reina... Además, es lógico que tenga prisa, ¡no tenemos tiempo que perder! La Reina y el resto de habitantes nos esperan en ese Castillo... Y supongo que no es bueno hacer esperar a Su Majestad, ¿cierto?—apuntó el niño a la defensiva.

—Cierto. A Su Majestad no le gusta que la hagan esperar... Ella es muy impaciente, y evidentemente, ella es la que más ansiosa está de conoceros... en persona—respondió el Gato—. No obstante... Creo que lo más conveniente, llegados a este punto, es que no fuerais a verla.

Ante estas palabras, el muchacho se enfadó. La crispación y la furia aparecieron reflejadas inmediatamente es sus grandes ojos grises. Sin embargo, esa no era su  ira, ni su  rabia... Más bien parecía que eran las de otra persona. Aquella persona que le incitó a gritar, con todo el odio del mundo, lo siguiente:

—¿Qué...? ¿Cómo...? ¡¿Por qué?!—musitó alterado, apenas podía terminar las frases para que tuvieran un sentido completo—. ¿Por qué dices eso? ¿No eras un fiel servidor, incluso amigo de la Reina? ¿No te ordenó ella que nos condujeras hasta su presencia? ¡Pues cumple con tu palabra! ¡Completa la misión que ella te encomendó! ¡Llévanos ante la Reina! Maldito gato, ¡ya sabía yo que nos ibas a dejar tirados! ¡Ya sabía yo que no eras de fiar, que no podíamos confiar en ti! Le rendiste lealtad y pleitesía a la Reina, ¿y ahora la traicionas? ¡Te mereces un buen castigo por traidor, desleal y cobarde! ¡Y la Reina te lo dará!



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En el texto hay: fantasia, retelling, distopia

Editado: 27.08.2018

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