Una vez que salieron de la Madriguera, lo primero que los niños vieron fue un enorme cartel colorido que decía así:
«¡Bienhallados a Infraterra, la tierra encantada del Submundo! Sigan las señales que les guiarán a su destino. ¡Disfruten de una agradable estancia bajo tierra!»
A ambos lados del letrero habían dos trozos de madera roja con forma de flecha: una de ellas señalaba hacia la derecha y otra hacia la izquierda. Inscrito dentro de la flecha del lado derecho ponía «Ciudad de Caramelo», y debajo había un cartel violeta en cuyas delicadas letras rosaceas se podía leer lo siguiente:
«¡Éste es el camino indicado para llegar a la Ciudad de Caramelo! Para ello sigan el Camino de Gominolas de Fresa, crucen por el Puente de Barquillo de Vainilla, atraviesen la Pradera de Chicle de Menta y naveguen por el Lago de Chocolate con Leche.
Duración del viaje: tres pensamientos hermosos.
Posdata: no asesinos, no ladrones, no villanos, no traidores, no siervos de la Reina de Tréboles».
Al otro lado, la flecha que señalaba hacia la izquierda indicaba el trayecto que se debía seguir para llegar a la Aldea de Porcelana. En un cartel azulado, unas finas letras celestes informaban del camino que se debía tomar, diciendo así:
«¡Sigan el sendero de baldosas blancas y llegarán a la inmaculada Aldea de Porcelana!
Duración del viaje: medio pensamiento alegre.
Posdata: no ladrones de porcelana, no traficantes de porcelana, no destructores de porcelana, no devoradores de porcelana».
Así pues, los hermanos enfilaron su viaje hacia la Aldea de Porcelana tomando el camino de la izquierda. Recorrieron un buen trecho del sendero de relucientes baldosas blancas como la cal hasta que finalmente llegaron a un gran portón. Colgado de los barrotes de la verja metálica había otro panel en el que se podía leer:
«¡Bienvenidos a la Aldea de Porcelana! Entren a nuestro poblado en miniatura solo si son pequeños, y sobre todo, tengan cuidado con todo lo que toquen. ¡Disfruten de una fantabulosa estancia!
Advertencia: no corran por el poblado ni cometan actos que pongan en peligro las frágiles vidas de la gente de porcelana. La seguridad es primordial».
Ambos niños cruzaron el portón con una desbordante curiosidad. ¿Qué se encontrarían en aquella aldea? Imaginaron todo lo imaginable y lo que no, pero jamás llegaron a imaginar aquello.
Los hermanos se hallaban ante una aldea creada con porcelana. Literalmente. Todo lo que su vista podía abarcar, todo lo que podían ver y lo que no, estaba concienzudamente elaborado con porcelana. El suelo se componía de brillantes baldosas de porcelana; las farolas, los bancos de los parques, los comercios, los árboles y las flores de los jardines, los gatos callejeros, las casas... Todo era de porcelana. ¡Incluso los habitantes eran de porcelana!
—¡Increíble!—exclamó la niña, sorprendida—. Parece una gran ciudad de juguete...
Los niños caminaban por las aceras contemplando los vistosos carruajes de porcelana que atravesaban las calles y que iban tirados por caballos elaborados del mismo material. Admiraron la delicadeza de los bordes de las aceras, las esquinas de las relucientes paredes y las hermosas flores de porcelana, cuyos capullos se abrían cuando los hermanos pasaban a su lado y les embriagaban con su dulce aroma.
Definitivamente, todo era realmente bello y perfecto en aquella ciudad; parecía que aquel Submundo de Infraterra era otra realidad alterna del País de las Maravillas. Al menos allí todavía no se había experimentado el dolor y la angustia, la ira provocada por la Reina de Tréboles. En ese lugar, en la Aldea de Porcelana, aún se podía respirar paz, armonía, felicidad y libertad.
Los niños pasaron ante casas con forma de taza y azucarero, y se pararon delante de un edificio con forma de tetera. En el cartel de la entrada del comercio se leía:
«La Tetería de Tata: nada mejor para relajarse que disfrutando de un delicioso Té Azul».
Los hermanos entraron al local con la intención de degustar un sabroso tentempié y ya de paso, preguntar sobre Humpty Dumpty, aquel misterioso viajero que les indicaría la ubicación de los Ojos de la Reina.
Cuando entraron al comercio un par de campanillas melodiosas repiquetearon en la puerta sobre sus cabezas a modo de bienvenida. La sala era pequeña y en aquel momento estaba completamente vacía de clientes; solo se veía a una pequeña muñeca de porcelana tras el mostrador —la que supusieron que era Tata—. Tras intercambiar unas palabras de saludo y bienvenida, los niños pidieron para comer algunos de los dulces que la muñeca pastelera les recomendó probar: tartitartas, dedos de mantequilla, florecillas de jengibre y, por supuesto, el famoso Té Azul, especialidad que en toda la Aldea de Porcelana solo se podía tomar en la Tetería de Tata.
Editado: 27.08.2018