Cuando Tylerskar abrió los ojos, se encontraba en un lugar desconocido. Era una cama suave, demasiado para su gusto, repleta de cojines, rodeada de una ventana y dos libreros con tantos libros que varios habían sido acomodados a la fuerza, y con una manta color vino sobre su cuerpo. La luz de que entraba por el ventanal era casi cegadora, un ligero frío se colaba entre su ropa y al alzar la cabeza de la almohada para revisar a su alrededor, notó inmediatamente que algo faltaba.
El ambiente olía a vainilla, dulce, pero también ligeramente floral.
¿Dónde estaba? Lo último que recordaba era quedarse dormido con Victoria en la Cabaña… ¿Cómo había aparecido ahí?
¡Victoria! ¡Eso era lo que faltaba!
Sin perder más tiempo, saltó de la cama con cierta dificultad, ya que todos los cojines parecían querer evitarlo, y justo cuando se acercó a la puerta, una melodía llegó hasta sus oídos: Wish you were here de Pink Floyd; y parecía provenir del otro lado del portal. Trastabilló con gran apuro, abriendo casi torpemente, encontrándose de frente con la escena que ansiaba ver desde hace mucho tiempo.
Se encontró mágicamente en la cafetería, y ante un par de pasos al interior, la puerta detrás de él desapareció. Las mesas estaban acomodadas para recibir a los clientes, con unos pequeños floreros hechos con botellas recicladas sobre ellas que generaban un sentimiento nostálgico y la luz de la mañana entraba melancólicamente por los vitrales, chocando con el piso de madera y formando figuritas de colores. Y, ante él, la barra se mostraba imponente, con la cafetera ronroneando, y sobre la superficie, dos vasos altos esperaban pacientemente ser llenados de aquella bebida rosa que él tanto esperaba.
Detrás de la cafetera salió la joven pelirroja con la mirada distraída, tatareando la letra de la canción mientras dejaba caer cuatro cucharadas grandes de helado de fresa, una de mermelada y un vaso de leche.
Él no se movió, no respiró, no quería perturbar aquella imagen.
Victoria cerró la licuadora y, aun sin darse cuenta de que no estaba sola, esperó paciente a que la bebida estuviera lista, recargándose en la barra y dando golpecitos con los dedos. Entonces, algo la hizo alzar la vista de repente… Ahí estaba él. Sintió una revolución en su interior y las ganas de saltar el mueble, atravesar el local y hundirse en sus brazos. Una vez los había probado y ahora se encontraba irremediablemente atraída a ese pequeño espacio de cielo. Y sí, ella pensaba que era el cielo… a veces azul, rojizo, nublado, electrificado… nunca el mismo, nunca.
Sin embargo, no hizo nada, solo se quedó en su lugar, pensando en miles de escenas posibles que ocurrirían en esos próximos minutos, pero también, sin la fuerza para hacer otra cosa más que mirarlo e intentar no desfallecer.
¿En qué momento había comenzado a sentirse así? ¿En qué instante la curiosidad se convirtió en las mariposas en el estómago, las ganas de sonreír las treinta y seis horas del día con solo pensar en sus ojos y las ansias de estar cerca de él?
Fery la golpearía con el látigo de su furia si pudiera leer sus pensamientos…
La licuadora paró, indicándole que ya se había cumplido el tiempo de espera, y al fin tuvo un pretexto para alejarse de aquella situación que la hacía sentir tan descubierta. Con los dedos temblorosos vertió el líquido rosa en ambos vasos, después pasó a la crema batida y terminó con una cereza colocada con mucho esmero.
Tylerskar avanzó certero hacia ella, con los ojos fijos en los labios rosados de Victoria, quien comenzaba a ponerse más nerviosa de lo normal. Al llegar a la barra, él dio un buen salto hacia el otro lado y tomó uno de los vasos sin despegar la vista de ella.
—¿Puedo?
Ella asintió, con las mejillas enrojecidas y el corazón latiendo tan fuerte que temía que él pudiera oírlo. Entonces el joven tomó un largo trago, cerrando los ojos para disfrutar del sabor, esbozó una suave sonrisa y separó los labios del borde del vaso.
—Tienes bigotes de malteada. —Victoria no pudo evitar reír al verlo, y tampoco alcanzar una servilleta de la barra a su izquierda y acercarse a él súbitamente para ayudarle.
—¿Y tus hermanos? —preguntó Tylerskar, dando un paso pequeño hacia ella.
—Me han dejado a solas por un rato… ¿buscas a alguno de ellos?
Él negó con la cabeza y dio un paso más, cerrando el espacio entre ambos, y cuando se halló lo suficientemente cerca como para darse cuenta de que el olor a vainilla venía de ella, en vez de lanzarse hacia el abismo que significaban aquellos rasgos tímidos escondidos detrás de los lentes, sacó el llavero de peluche que Julia le había facilitado, el objeto de Vlad.
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Editado: 19.03.2019