En aquella cafetería atendida por Victoria, una libreta descansaba junto a un vaso de malteada vacío; esperando paciente a que la joven pelirroja la tomara, la salvara de aquella soledad en la que se encontraba sumida en aquella esquina.
El lugar estaba especialmente lleno aquel día, un cliente regular se concentraba en su trabajo, esperando una nueva taza de capuchino; una pareja comenzaba a discutir por la más mínima cosa y Victoria solo podía escuchar a lo lejos, sin meterse, sin poderse acercar siquiera.
Temerosa, se acercó a la mesa que antes ocupaba Joel y recogió la libreta con gran cariño y cuidado, como si fuese el objeto más preciado para ella… y lo era. Después, al escuchar de cerca la pelea que se desarrollaba, tembló y apretó el paso hacia la seguridad de la barra.
Las horas pasaron, más gente vino y se fue… siempre era así. Algunos solo se quedaban un cuarto de hora mientras hacían un pedido y eran despachados, otros un poco más, tomando asiento en una de las mesas, charlaban con otra persona y bebían una taza de lo que sea que pidieran, después se iban para no volver. Había clientes regulares, claro, uno llamado Rafael, buen hombre, tranquilo, trabajador… una parte de Victoria se sentía a gusto con él, pero nunca había logrado sentir una pasión embriagadora por su presencia.
Al escuchar su voz, sonreía, era como tener de visita a tu mejor amigo, pero no, aunque se esforzaba, no lograba encontrar aquella chispa mágica que la obligaría a desear fundirse en sus brazos y probar sus labios cada día. No, solo era una agradable presencia.
Al analizar esto, su vista se quedó prendada en la libreta que aun descansaba sobre la barra, justo frente a sus ojos. Estaba desgastada y dolida por tanto uso, por el contacto con los dedos del joven de lentes con fuego detrás de ellos en esos orbes castaños. Un simple objeto significaba tanto para ella que cualquiera pensaría que había perdido la cabeza.
¿Cuándo regresaría Joel a pedir una malteada de fresa?
Pensando y pensando, llegó a una pregunta más profunda y peligrosa que ella intentó apagar inmediatamente: ¿Alguna vez sería Joel quien la ayudara a atender la cafetería… quien se sentara de ese mismo lado de la barra, junto a su hombro derecho para escribir e idear mundos fantásticos mientras el lugar estuviera tranquilo?
Era una simple fantasía, pero lo anhelaba con toda su alma. Aun así, sabía que debía esperar y mantener la llama más estable, si no es que apagarla por completo hasta que algo la volviera a encender, ahora para mantenerse tan imponente y trascendental como una hoguera.
———
Dentro de Julia se había encendido algo que no podía describir a ciencia cierta. Era una mezcla de deseo, calor, fuerza, atracción, voluntad… y temor. La receta correcta para hacerla estremecer con la dosis perfecta de adrenalina y aventura, su adicción.
Sus ojos quedaron atrapados en la seductora mirada de la joven de cabello naranja, todo desapareció por un instante, solo estaban ellas dos. Dejó de importarle que Tylerskar estaba almorzando Victoria con fresas dentro de la cafetería, tampoco las intenciones del hombre, ni las miradas absortas de sus hermanos.
Tenía mucho que decir… por primera vez tenía un mundo de cosas que saldrían de sus labios a pesar de que ella solo hablaba cuando era estrictamente necesario. Pero, en ese momento, prefirió resumir todo en una simple pregunta: —¿Quieres un cigarro?
—Hey, Julia… Debemos entrar o la niña cometerá una locura junto al pulpo lengua larga… —Comenzó diciendo Donna, pero con un simple gesto de mano de su hermana mayor, calló.
—Necesito un cigarro. —Espetó ella, sin romper contacto visual con Rebeldía.
Entonces, no se necesitó decir más para que ambas chicas caminaran hacia la sombra de una palmera, tomaron asiento en la arena y se retiraron los zapatos para hundir los pies en ella. Encendieron un par de cigarrillos y se mantuvieron en un tenso silencio por unos minutos.
—Siempre me he preguntado qué tiene de importante este lugar, ¿por qué siempre están aquí? —Fue Rebeldía quien se animó a romper con lo que se había formado entre las dos.
—Monstruo —dijo, señalando al mar—. Sueños. —Señaló la cafetería—. Hogar… —Entonces, tomó un puño de arena y la dejó escapar por sus dedos—. Victoria tiene la idea de que una cafetería es una buena idea, atender a las almas sedientas que pasan por aquí, con la esperanza de encontrar a una persona que llevamos esperando años. Por eso pasamos nuestros días aquí.
—Aburrido.
—¿Qué? —Julia alzó una ceja con cierta diversión.
—Siento que aquí no pasa nada, solo veo el cambio de la marea… y una que otra tormenta. No hay nada peligroso o…
—Esa es la idea, Naranjita —le contestó con cierta altanería, pero la voz suave—. Es un lugar de descanso, donde estamos mientras la turbulencia del mundo de afuera lo permite. No siempre hemos estado aquí, ha habido otros lugares, misiones, aventuras… expediciones. Pero por ahora solo queremos estar en nuestro hogar mientras podamos.
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Editado: 19.03.2019