Worlds

11. Pirotécnia

Victoria lo acababa a de descubrir: su mayor adicción no era el café o la aventura, sino los labios de Tylerskar, abriéndose paso cada vez más cerca del centro de su alma. Sus brazos eran las paredes de un hogar que tanto habían ansiado, y su gruesa voz era la luz del faro que salvaba cada barco en que ella viajaba. Aquella sonrisa, por momentos perversa, era aquello que le recordaba la felicidad que, de tanto sentirla, llegaba a olvidar.

El joven trazaba una línea de besos por el cuello de la pelirroja, abrazándola firmemente a su pecho y con una mano se aventuraba recorriendo la blanca piel que se escondía bajo la falda a cuadros, cada vez más hambriento de descubrir el territorio oculto.

Un vaso más de malteada de fresa descansaba en la barra, con la cantidad exacta para zambullirse en el último trago de la mañana.

Ella se sentía como una niña inexperta ante él, quien parecía saber siempre lo que hacía y lo que provocaba con sus movimientos osados. Y no se veían intenciones de parar… hasta que se detuvo de la nada, estiró la mano hacia el vaso y se bebió el último trago. Después, la miró directamente a los ojos, con el rostro ligeramente enrojecido y las pupilas dilatadas, como si observara una brillante fuente de luz.

—¿Qué pasa? —ella le preguntó, sintiéndose un poco ansiosa ante la observación exhaustiva de sus facciones.

Él sonrió ligeramente, llevándose los dedos a la boca, y suspiró.

—Nada —contestó riendo—. Solo que se me ha ocurrido algo.

—¿Qué se te ocurrió? —Ella compartió la risa, llevando su mano a la frente de Tylerskar y acomodando su cabello.

—Hay que ir a otro lugar.

—¿A dónde? —No podía negar que estaba un poco decepcionada, ella planeaba quedarse más tiempo con él en la cafetería, aprovechando que ninguno de sus hermanos o la misma tropa de Tylerskar se encontraba presente.

—Es un secreto.

 

————

 

Mientras la embarcación se acercaba a una de las olas más mortíferas de su existencia, Jules desfallecía en brazos de Foer, quien intentaba controlar su temor para apoyar a la pequeña. Al mismo tiempo, Julia gruñía en sus adentros, sin poder decidirse entre reclamar a Rebeldía por llevarla a ella y a sus hermanos a ese lugar tan peligroso, o simplemente enfrentar lo que se venía sin chistar.

—¿Y cómo pretendes sacarnos de esta? Si se puede saber… —Obviamente, haciendo honor a su personalidad, decidió expresar su molestia.

—Mi barco es más fuerte de lo que crees, linda, no te preocupes. No sucederá nada —dijo ella con una sonrisa tan creída que solo logró preocupar más a la pelirroja.

Todo se movía arrebatadamente, olas bañaban a la tripulación a diestra y siniestra, mientras el terror se expandía en cada uno de los hermanos de Victoria. Foer comenzó a recitar oraciones al cielo y Rectitud se aproximó a él para ayudarlo a sostener a la niña, quien tiritaba y lloraba con desesperación.

Y Donna, agarrada del barandal con todas sus fuerzas, resbaló hasta Experiencia, quien la recibió cordialmente en sus brazos, los cuales eran mucho más grandes y fuertes como para mantenerla protegida por lo menos un poco.

—¿Nunca deseaste un beso en medio de una tempestad? —Rebeldía preguntó a Julia, sonriendo de oreja a oreja y demasiado tranquila para encontrarse en aquella situación.

—¿Y tú nunca deseaste un golpe bajo la lluvia?

—¡Qué romántica! —Dramatizó y luego de una carcajada le lanzó un beso al aire.

Si Julia estaba enojada, Donna era un volcán a punto de hacer erupción y la forma extraña en la que se sentía al estar tan cerca de Experiencia solamente aumentaban su ira. Entonces, en medio de aquella tormenta que amenazaba con terminar con los mundos, la joven de largo cabello pelirrojo y vestida de azul, con la tela pegada a su exuberante cuerpo, con los talones haciendo de todo para no verse vencidos por los tacones y el brusco movimiento del barco, soltó un grito que provocó que Experiencia la soltara al instante.

—¡No, no y no! —dijo—. ¡No voy a permitir que esta sea nuestra muerte! ¡Es el peor destino para uno de nosotros! ¡Derrotados por nuestro peor enemigo!

Todos la observaron atónitos, rara vez explotaba de esa manera tan histérica.

—Donna, tranquila. —Rebeldía caminó hacia ella con tanta facilidad que era prácticamente imposible que fuese real—. Estamos aquí para que la pequeña Jules supere sus miedos, no para morir.

—¡¿Supere sus miedos?! ¡Por favor! —gritó con los ojos inyectados de rabia—. ¡Mírala, está colapsando!

—Donna, por favor, no grites —Foer pidió, sintiendo cómo Jules se veía afectada por la ira de su hermana—. Sabes que no le hace bien que nos enojemos de ese modo…

—Cállate, Foer. —Bufó. —Necesitamos un plan para salir de aquí…

—Hmmm… ¿señorita? —Experiencia se acercó de nuevo a ella, ahora con más cautela.




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