Terminó de leer aquel texto con manos temblorosas.
Joel sabía que no tenía exactamente frío, pero en el lugar donde se encontraba las llamas se ahogaban.
La llama de la esperanza, que alzando la vista sintió arrebatada. Frente a él, el territorio yermo, mucho peor que el vacío del infinito.
La llama de la ilusión, que prácticamente todos a su alrededor habían querido patear. Su cadáver yacía a pocos metros de él, sin sangrar pero inmóvil, reposando sobre el duro suelo apedreado.
La llama de su amor, que…
Joel dejó escapar una sonrisa pícara.
Como esas que tanto se solían dedicar.
Aquello pareció actuar de fuelle para unas brasas que en ningún momento parecían flaquear. Y de la llamarada resultante, sintió un impulso que lo condujo a mirar hacia arriba, a un cielo donde nubes milenarias dibujaban caminos inalcanzables.
Una estrella fugaz parecía inmóvil, tal era su escasa velocidad.
Sin embargo, se le escaparía si no trataba de superar sus miedos.
De modo que dio un paso adelante.
––No deberías malgastar tus fuerzas, joven. –– Conocía de sobra la voz que manaba de la pútrida boca de aquella anciana. No es que nunca le hubiese querido mal, pero para Joel su compañía no era precisamente grata. Se giró, con la vista cansada, hacia Soledad, quién en efecto iba acompañada de aquella joven anoréxica llamada Tristeza.
––Vas a pasar aquí mucho tiempo… –– El llanto resultante de pronunciar aquellas palabras por parte de la joven enervó a Joel, que frunciendo los labios, dio un paso más en la dirección que marcaba la estrella fugaz.
Sin embargo, en aquel lugar inhóspito, cada paso agotaba más el alma que el cuerpo, dando como resultado un agotamiento pocas veces experimentado. Y quedaban tantos pasos que dar…
Frente a Joel, un páramo devastado se extendía kilómetros y kilómetros. Era de lógica que su destino iba a ser caer exhausto en algún punto no muy lejano de su travesía.
Además estaba su miedo, esa sombra que tiraba de él suplicándole una mirada hacia atrás, con la promesa de sanación para casi todas las heridas. La luz de la desesperanza proyectaba y alargaba esa sombra, haciéndola pesada como inmensas cadenas a arrastrar.
Joel rugió.
Rugió fruto de la pena y el dolor, y por un instante un chispazo en su mente le reveló el rostro de su querida Rebeldía.
Quizá él no era como ella, que seguramente, en su situación, ya se encontraría brincando a zancadas para salir de allí.
Pero se consideraba resistente, y aquella convicción lo llevó a dar un paso tras otro, lenta pero progresivamente.
Se percató de que estaba dejando atrás a Tristeza y Soledad.
Si tan solo pudiese desprenderse de su miedo…
Las ráfagas de aire no eran ni cálidas ni gélidas, pero cortaban su desesperado avance hacia ninguna parte con el mal fario de un destino maldito.
Joel sabía de buena tinta que si se detenía en aquel lugar, si se dormía allí tratando de que aquello fuese solo una pesadilla, el abismo lo engulliría una vez más.
Alzó la vista desesperado a la estrella fugaz, que sorpresivamente, estaba cambiando de color.
Un tono anaranjado estaba recubriendo el cuerpo celeste, conquistando parcialmente su misma estela.
Sabía que la distancia era insalvable en esos momentos.
Pero sentía el calor de aquella estrella.
Y tenía fe, más fe que nunca, en la promesa que parecía susurrarle desde una boca enmudecida.
De modo que siguió caminando. El rugido dejó pasó a una exclamación en la que fue liberando ira contenida. A cada grito, su llamarada interior se avivaba aún más. Sentía como crecía tanto que, ilusa pero utópica, deseaba fusionarse con la estrella a años luz de distancia, que a su vez respondía al fenómeno incrementando su fulgor.
La pena y el dolor, poco a poco, fueron desprendiéndose de su ser. Fueron sustituidos, más bien, pues cuando al duodécimo paso sintió una manita asir la suya, la entereza regresó a su ser mientras contemplaba como la pequeña Ilusión le sonreía encantadora.
A lo lejos se abrió una especie de portal, a través del cual se distinguía la inconfundible estructura de su, ya preferida, cafetería.
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Editado: 19.03.2019