Donna fruncía el ceño, ya sumida en esa autopista a las lágrimas que rara vez suele encontrar un freno.
Se encontraba sentada en un taburete para clientes tras la barra. Al fin y al cabo, la cafetería estaba cerrada y ya no le quedaba trabajo que hacer.
Frente a ella Experiencia campaba a sus anchas paseando de la cafetera al tocadiscos, canturreando para sí mismo mientras asentía levemente ante la reorganización a la que había sometido todo su compañera esa noche.
Ante ella, una pequeña cerveza espumosa permanecía intacta, con la capa blanca de la superficie desapareciendo paulatinamente.
—Por Donna. La mujer más responsable, coqueta y soñadora que he conocido.
Donna alzó la mirada, sorprendida ante aquello.
Experiencia la miraba de un modo extraño mientras aguardaba a que se fraguase el brindis. Si bien su sonrisa no había desaparecido y destilaba amabilidad, algo en aquellos ojos la hizo, si no ponerse en guardia, sí despertar de su letargo.
Alzó su pequeño vaso para entrechocarlo con la jarra media que se había servido el ahora camarero.
Y fueron pasando rondas.
Iba por el cuarto vasito cuando Experiencia palmeó sus manos anunciando un cambio de música.
Cierto. Había estado tan ensimismada con sus problemas que no había reparado en la suave meoldía chillout que sonaba desde hacía rato.
—¿Qué va a ser, señorita?
Los truenos resonaron apocalípticos en el exterior.
Se cernía el crepúsculo sobre un día gris en todos los aspectos.
Donna recordó la velada que pasaron en esa misma cafetería Victoria y Tylerskar no hacía mucho. La sonrisa de ella, que con el pelo revuelto les abrió a la mañana del día siguiente.
¿Por qué tenía que ser ella la única que tratase de gobernar con criterio todo aquello?
¿Acaso nadie se daba cuenta de que dejarse llevar, en el océano, suele ser fatal?
El tamborileo de los dedos de Experiencia volvió a sorprenderla sumida en su interior.
Pero no dijo nada en voz alta. El camarero se limito a llevarse un trapo al hombro izquierdo y ponerse a lavar lo poco que quedaba a medio ensuciar.
Aquella muestra de cortés educación le arrancó una sonrisa a la joven, que inspirando profundamente, cerró los ojos por unos segundos para empaparse del ambiente y así escoger sabiamente la melodía a escuchar.
Cuando los abrió, estaba de mucho mejor humor y tenía clara su elección.
—¿Qué tal Cry me a river?
Experiencia lanzó una sonora carcajada mientras aplaudía una sola vez con sus rechonchas manos.
—¡Excelente elección, Donna!
En cuestión de medio minuto el tema ya inundaba sus sentidos.
—Pon una más, ¿Quieres?
Al pedir el quinto vasito de cerveza, Donna tuvo la extraña sensación de que Experiencia llevaba allí mucho tiempo, tras la barra. De modo que decidió interesarse.
—Me preguntaba si con esto de la barra tenías…
—¿Experiencia? — Respondió él, en una nueva carcajada que rápidamente se contagió a Donna. —Digamos que ha sido mi vida durante muchos, muchos años. Me gusta atender, me gusta servir. Pero, sobre todo, adoro escuchar.
A la chica se le ensombreció el rostro.
Los dedos cálidos del camarero la sorprendieron posándose bajo su mentón y alzando su rostro.
—A usted… Me gusta escucharla especialmente, señorita.
La sonrisa naciente de Donna fue interrumpida por el el sonido de varias sillas moviéndose tras ella, dentro de la cafetería.
Se giró rápidamente, por no vio a nadie allí.
Sacudió la cabeza, confusa, porque de hecho, juraría que una niña correteaba por entre las mesas, escondiéndose tras la que no hacía mucho estuvieron acupando Julia y Rebeldía.
—Vaya, vaya… Mira a quién tenemos aquí. Donna, te presento a Alma.
Cuando bajó la vista en la dirección que Experiencia indicaba, pegó un brinco en su taburete.
Una niña de finos y exquisitos rasgos la miraba con semblante férreo, luciendo una dureza en sus ojos que competía con una especie de profunda inocencia.
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Editado: 19.03.2019