Worlds

17. Cabras etílicas

La mirada que Joel le dedicó antes de irse de la cafetería aquella mañana la dejó preocupada. Si Victoria tuviera que describir los ojos de Joel de una forma metafórica, pero eficaz, como un símil, ella diría que «son un mar en calma, con aquel tono rosado que toma el cielo cada amanecer como fondo». Pero, cuando Tylerskar salía a la superficie, las olas de aquel cuerpo de agua eran altas, inquietas, con uno que otro rayo a la distancia. Era increíble experimentar ambos lados de la balanza, pero ella no podía evitar sentir un ligero temor mezclado con excitación al encontrarse con Ty.

Sin embargo, aquella mañana, la presencia de Tylerskar no era exactamente un buen augurio.

Victoria repasaba aquella escena en la mente una y otra vez, escuchando las voces de sus hermanos discutiendo sobre el tema y dando sus opiniones a diestra y siniestra. Recordó cómo llegó al taburete y, en vez de pedir una malteada, como ya era costumbre, ordenó una cerveza que no bebió por un buen rato. Ambos charlaron de cosas triviales, algo sobre literatura, un poco sobre el futuro, algunas cosas sobre la escuela... y chistes malísimos. Y luego, cuando ya era momento de la retirada, él bebió la mitad de la botella de un solo trago, alzó la vista hacia ella… oscura, profunda, traviesa y peligrosa, con una media sonrisa que pronto agrandó antes de subirse a la barra y depositar un beso en los labios de la joven.

—Nos hablamos en un rato —le dijo, atorando el rojo mechón de cabello que colgaba frente a su ojo izquierdo detrás de su oreja—. ¿Vas a cerrar temprano hoy?

Victoria observó al área de mesas; estaba lleno.

—No lo creo… pero, ¿nos vemos en la noche?

Él, un poco decepcionado, escondió su sentir y asintió, asegurando con una simple mirada que esa noche sería tan buena —o mejor—, como todas las anteriores. Pero, fue justo después de esto que aquellos hermosos ojos castaños mostraron algo retorcido que duró apenas una milésima de segundo.

Entonces, aquello se fue, así como Joel, quien desapareció al atravesar la puerta.

«Hay algo raro en él» escuchó decir a Julia.

Victoria atendió la cafetería con el alma en pena, con aquella horrible sensación de que algo sucedía donde sus ojos no podían ver, donde su voz no llegaba.

 

————

 

El mar recibió un rayo contundente que se expandió por varios kilómetros hasta la orilla y Victoria, observándolo desde la barra por el rabillo del ojo, dio un respingo que le ocasionó tirar un vaso de cristal al suelo. El sonido del vidrio quebrándose sobre la madera captó la atención de Tylerskar, quien bebía su tercera copa de whisky junto a los otros. En menos de un minuto, él ya estaba del otro lado de la barra ayudándola a recoger los pedazos.

Ella no dijo nada, solo observó tímidamente cómo se movía él: más rápido y con cierto aire de agresividad o supremacía, tomando los vidrios sin miedo a cortarse, casi apretándolos contra su piel como si deseara verla sangrar. Su respiración era agitada, así como toda su aura.

—Hey, ten más cuidado. —Victoria no pudo más y tomó la mano de Tylerskar, la abrió para quitarle lo que había recogido y revisó que no se hubiera herido.

—No, no quiero tener cuidado —contestó, su voz excitada y en tonos mayormente altos. Y, a pesar de que las palabras no eran exactamente agradables, él las decía con tanta facilidad como carisma—. ¿Sabes qué quiero? ¿Sabes qué quiero, Victoria?

Ella entrecerró los ojos, intentando analizar la situación.

—Quiero… —De la nada comenzó a reír a carcajadas—. Quiero… quiero destruirlo todo, Victoria. Hoy vengo con ganas de arruinarme, de arruinarlo. Todo, todo.

Se acercó un poco a ella, poniendo una rodilla sobre los remanentes de los cristales, que se encajaron directo en su pantalón de mezclilla y en su piel. Se aproximó un poco más y, con una sonrisa conquistadora, agravó la voz y dijo algo que sabía que a ella le ponía la piel de gallina: —Señorita…

—¿Qué pasa? —Victoria preguntó, extrañamente calmada a pesar de que sabía que nada estaba bien ahí.

—… la quiero.

—Y yo a ti, Tylerskar —le contestó desde el fondo de su corazón, con una media sonrisa y los ojos preocupados.

—No… —él negó incrédulo y bufó—. Tú no me quieres.




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