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22. Viajes

DIARIO DE JOEL 7

 

Puede resultar extraño tener de copilotos en una maniobra tan importante a una gata y a un peluche.

Puede resultar extraño que en una simple habitación se desarrolle y tome forma todo un aterrizaje rebosante de tensa emoción.

Puede resultar extraño que tras infinitud de vuelos que han hecho saltar mi cabeza por los aires me encuentre ahora tratando de bajar de nuevo de las alturas.

Pero así es la naturaleza de este trastorno tan caprichoso con lo maníaco.

Han sido muchos los meses de vuelo sostenido. De exhibiciones acrobáticas de piruetas mentales. De dormir poco o nada y escribir hasta por los codos. De un optimismo férreo generalizado y claras intenciones de trabajar arduamente por un futuro mejor.

Sin embargo, el depósito de combustible escasea tanto como generosa es la súbita necesidad de descansar.

La altitud de la aeronave desciende en picado, revelando que en verdad el caza de guerra era un avión que contaba por pasajeros a las diferentes personalidades empecinadas en tomar el control.

A menor altitud, ya desde el suelo y con los pies en la tierra, se puede discernir perfectamente que en verdad mi mente no es más que una avioneta ligera, con capacidad para ascender y una marcada tendencia a estrellarse.

Por eso resulta crucial este momento.

La inercia de las altas velocidades alcanzadas no hace mucho debería permitirme planear unos meses más... En dirección a un nuevo hogar.

Mis copilotos bien saben que el viaje no ha sido fácil.

Atesoramos violentas tormentas en la memoria de este último trayecto.

El blanco de mi gata me recuerda el lienzo que los días de invierno representan, mientras su negro representa la tinta que, unas veces con mimo y otras con torpeza, han forjado el conjunto de mi realidad presente.

Cómo no, cerca se encuentra un vivo naranja. Naranja fuego.

El pequeño tigre que me ha acompañado por dos décadas me recuerda que ese fuego puede esperarme en forma de hoguera si logro aterrizar días de estabilidad.

Aunque también puede representar las llamaradas que calcinarán el fuselaje de mi transporte mental si éste pierde el control en el último momento.

 

 

DIARIO DE JOEL 8

 

El viento es un elemento que, aliado con las bajas temperaturas del invierno, permite a uno despejar su mente con tan solo pisar la calle.

Tras una etapa de gran actividad, la balanza que sostiene el equilibrio puede sugerir una clara inclinación a la reclusión y al reposo.

Aunque raro es el descanso si incluye un buen número de pesadillas que se amontonan unas sobre otras mientras el incesante sonido de ráfagas virulentas de aire peina nuestro alrededor.

No obstante, con la llegada de un nuevo día, resulta todo un acierto abandonar la base de operaciones para peinar alrededores.

El viento sacudiendo nuestro rostro simboliza el acto de exorcismo de la semilla que los malos sueños puedan haber plantado.

Esto me recuerda la bandera que debería portar todo acto de desintoxicación.

Ante finales de jornada especialmente duros y noches de lo más tortuosas, es necesario diariamente ventilar unas neuronas demasiado volcadas en recibir su dosis.

Me aferro a los días invernales consciente de que es con su hostilidad como mejor filtro y canalizo el atisbo de negatividad que puja por corroerme.

El mismo sol que en las fatídicas olas de calor funde las malas vibraciones en una espesa salsa amarga, luce curiosamente en esta época como ese amigo que siempre tiende su mano y al que deseas ver simplemente para pasar un buen rato.

En forma de paseos, atesoro estos buenos momentos de soledad y reflexión.

Pronto estos días darán paso a un nuevo ciclo, al que miro con mirada entrecerrada como un pistolero que no sabe si se expone a un duelo o a una bonita aventura.

La siguiente fase en mi periplo anímico dictaminará la suerte de esos días. Por lo pronto, el viento ruge y arrecia, llevándose toda esta etapa con él, empujándola a territorio pasado.

Y cuanto más fuerte se torna, más se amplía la mueca de sonrisa de unos ojos que quieren llorar. Mayor es la amargura de un corazón que anhela sonreír en este invierno bipolar.

 

 

DIARIO DE VICTORIA 4. VIAJE

 

Tiendo a ver la vida como un viaje al paraíso, lo que para mí significa una cabaña alejada de la civilización, quizá a la orilla de algún cuerpo de agua, donde la naturaleza es lo que me rodea en todas las capas posibles del universo. Antes, cuando Joel era un ente inexistente para mí, un rincón de Escocia pintaba lindísimo… nosotros cinco observando la magnificencia del paisaje y sintiendo la paz en todos los niveles. Ese era el destino, pero el viaje está repleto de subidas y bajadas, de caminos pedregosos y difíciles de atravesar.




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