Worlds

24. El final del invierno

DIARIO DE JOEL 11

 

El descenso por las laderas escarpadas de las cumbres de la manía no resulta tan placentero como uno podría esperar.

Sabiendo que el telesilla va a estar averiado hasta finales de curso, se trata posiblemente de nuestra última oportunidad para embadurnarnos con las mieles del frío, contemplar el paisaje desde las alturas y efectuar nuestras últimas maniobras.

Mediante snowboard o esquí, en trineo o siguiendo una lenta marcha, el caso es que en el paisaje se dibujan cada vez más las sombras que convierten el atardecer de la fase alta bipolar en las postprimerías de un crepúsculo que habrá de tragarse todo nuestro esfuerzo.

Sin embargo, hay paradas en el camino.

Como si de oasis en un desierto se tratasen, diferentes estaciones de esquí nos reciben a lo largo del proceso descendiente.

Habitualmente el alcohol suponía un recurso recurrente por mi parte, lo que me hacía emerger de estas pausas con la tabla de snow aferrada a mis pies y mil cabriolas de diferente índole surcando mi cabeza.

El resultado, tanto si implicaba una fatal colisión de graves lesiones como una relampagueante llegada a la base de la montaña, suponía el final de lo maníaco de modo aplastante.

Es la primera vez que me encuentro en posición, sino de decidir, sí de disfrutar de lo que resta de descenso. Tampoco voy a intentar retener el tiempo en mis manos, pues la nieve virgen del instante es bonita de contemplar y grácil de surcar, pero hace daño si se intenta asir con manos, corazón o alma desnudos.

De modo que más que emprender una marcha a paso lento, trato de encontrar ese término medio que representa el descender mediante amplios giros a una velocidad constante y razonablemente segura.

Atrás quedan los tiempos de avalanchas apocalípticas, de tener que alcanzar ritmos vertiginosos ante la creciente oscuridad que amenaza con dejarnos atrapados en la montaña donde no siempre uno da con su cabaña.

Esta vez todo resulta más tranquilo, como si el destino sopesase con lo imprevisible la viabilidad de jugar una partida de ajedrez.

Las blancas siempre supusieron la aventura bailando sobre el filo de la locura.

Las negras, una estabilidad ni deseada ni buscada.

Mientras un delicioso chocolate humeante invita a la reflexión, algo extraño ocurre en el tablero.

Igual que con la nieve del exterior.

La extinción de la luz dota al conjunto de una escala de grises que rara vez me he detenido a contemplar.

Ahí, destino y libre albedrío pierden la definición de sus marcados límites. Las fichas del juego igualan su color y tonalidad, susurrando una inesperada conclusión a la contienda en forma de preguntas.

¿Es realmente necesario jugar?

Mientras desvío mi mirada a las lejanas laderas ya sumidas en las sombras, el chocolate endulza lo amargo de un último pensamiento derivado de ese susurro.

¿Existe realmente una guerra más allá de los límites de mi mundo interior?

Los esquís descansan apoyados en una esquina solitaria.

Por un momento el recuerdo de mi querido frío se me cuela en los huesos... Y pierdo mi vista en el humo que mana de la taza que tengo enfrente, aferrándome a ella como si de mi último flotador se tratase.

 

 

DIARIO DE JOEL 12

 

 

 

Todo ciclo encuentra un punto de inflexión para volver a empezar.

Esa expresión, que evoca los lienzos en blanco a los que solemos asociar esperanza e ilusión, puede significar que repetiremos todos y cada uno de nuestros pasos. Aunque también que podemos elevar la apuesta para tratar de mejorar nuestra vida y a nosotros mismos.

El invierno se acaba.

Lo siento en la creciente temperatura.

En el ánimo cansado de los que han soportado el frío con tedio.

Se va para dar paso a una estación que traerá consigo una ruidosa explosión de vida.

Por el momento, me queda el buen sabor de boca de haber tratado de registrar en este diario buena parte de las emociones clave que me han acompañado en una estación tan peligrosa y productiva para la bipolaridad.

Este invierno ha estado lleno de tantas alegrías como tristezas. He reído a mansalva. He llorado a raudales. El desequilibrio calculado casi se me va de las manos.

Pero aquí estoy, rodeado de naturaleza y respirando el aire de la libertad. Ese que solo los que hemos conocido la claustrofobia de auténticos infiernos podemos saborear.




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