Worlds

Epílogo

Apenas se olía a pintura.

Las propiedades de ésta habían permitido a Joel pasar un par de jornadas pintando con mimo las paredes de su casa.

Sin embargo, faltaba ese toque de cariño, apenas una brizna del calor que desata hogueras, para que lo que había entre esas cuatro paredes se convirtiese en un hogar.

De modo que salió a la calle de aquella gran urbe viéndose sorprendido por un sol muy cercano a la primavera. Una estación que anunciaba a gritos desde hacía unos meses muy duros que la felicidad era algo alcanzable para él.

En ello meditó gran parte del camino de ida y vuelta en la búsqueda de un pequeño y simple pincel.

Al llegar a casa, buscó el dibujo que Victoria le había entregado.

Cuando por enésima vez observó aquel mural floral, se permitió efectuar una mueca de algo parecido a una sonrisa tan tímida como fugaz. Pues en apenas un instante ya se encontraba empapando de pintura naranja la punta del pincel.

El sonido de los trazos, seguros y llenos de vida, se le antojaba un buen símil para lo que había sentido su corazón desde que conoció a aquella chica.

No así su mente enferma.

En la mezcla, Tylerskar había seguido bailando de cerca con su enemigo monstruoso. Rebeldía había hecho más apología de lo anárquico que aporta el hastío que de otra cosa. El resto de la tropa habían tratado de seguir los pasos de esos dos carismáticos polos, y bien sabía Joel que en más de una ocasión todo había estado a punto de volar por los aires.

Pronto tuvo la primera flor dibujada.

El fondo era una pared azul Donna.

Ese tipo de azul que a uno le evoca cielos despejados en época primaveral. Ese tipo de azul que hace que inspiremos intensamente tratando de serenar nuestro interior, mientras agarramos todo el aire a nuestro alcance con la esperanza de que se nos filtre lo más puro de él. Ese tipo de azul que ahuyenta fantasmas, oponiéndose a la naturaleza de su oscuridad.

Segunda flor dibujada.

La mente de Joel fluctuaba entre todos los recuerdos de los últimos tiempos.

En el centro del entramado, cómo no, una cabaña. Su cabaña. El lugar donde no debía acabar por encima de todas las cosas.

Se quedó mirando el pincel, inmóvil por un momento, arriesgándose a estropear la obra. El frío de las cumbres montañosas de la más absoluta soledad actuaba como un peso inmenso para su alma.

Pero él era un guerrero. No podía detenerse a llorar cuando aún quedaban enemigos a batir. Apretando los dientes, negando levemente con el rostro, finalizó la tercera flor, iniciando sin descanso reflexivo la cuarta y última.

Mientras la dibujaba, escuchó el ascensor llegar a su planta.

Unos pasos decididos resonaron en el rellano.

Finalmente, el timbre sonó.

Justo cuando apartaba el pincel del último de los trazos.

Justo cuando más lo necesitaba.

Justo como siempre estuvo escrito.

Puntual, radiante, preciosa.

¿Realmente Victoria estaba allí?




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