...o «Chico nuevo de barba me quiere foerizar»
La cafetería tenía bastante gente aquella tarde; supongo que el buen clima empujaba a los habitantes de este pequeño pueblo hasta el local a pedir alguna bebida fría, quizá un batido, smoothie, un frappe o una malteada. Hacía calor, pero no tanto como para que mi piel se sintiera pegajosa; aun así, abrí todas las ventanas y dejé que la brisa refrescara cada rincón de aquel lugar tapizado de madera.
Mientras descansaba un par de minutos tras la barra, donde terminaba de escribir mi parte de un trabajo de la universidad, pensé seriamente en lo festivo que se sentía el ambiente. Era extraño, por algún misterioso motivo ese día me recordaba a las escapadas de los sábados a la playa, cuando me tiraba en la arena a escuchar conversaciones en distintos idiomas de los turistas y locales.
«Con un buen libro en las manos, no te olvides» añade Donna.
Si, con un buen libro en las manos. Pero, la verdad me cuesta bastante leer en lugares públicos, siempre termino prestando más atención a otras cosas que a la lectura en sí.
Estoy hablando del día en que todo empezó: la cafetería, el calor, las ventanas abiertas, un proyecto sobre la barra y el ambiente festivo.
Y como cereza de malteada, Joel.
Yo ya lo había visto varias veces en la universidad, a veces se pavoneaba con otras chicas de la Facultad de Humanidades, también lo había visto recorriendo los pasillos de la biblioteca con el rostro inexpresivo y la mirada profunda, como si en su interior se libraran secretas batallas ancestrales contra demonios internos.
Ese momento él llegó con los ánimos bajos, la mirada fija en el piso y libros bajo su brazo, se dirigió inmediatamente a la barra, tomando asiento frente a mí y dejó sus cosas a un lado. Sin perder tiempo, jaló la libreta de encima y la abrió, luego buscó en su chaqueta un bolígrafo sin mucho éxito.
—Ten, usa esta. —Le entregué una pluma negra que guardaba en mi delantal y me acerqué un poco más para pedir su orden—. ¿Qué vas a beber?
—Cerveza, por favor —contestó sin mucha energía, pero con amabilidad.
Balbuceó una marca mientras yo me giraba hacia los refrigeradores y se concentró en escribir.
Nada nuevo, solo que era la primera vez que hablaba con él y no me parecía el tipo carismático y Cassanova que rondaba a las féminas de la universidad. Era más bien un hombre tímido, calmado, introspectivo y con bastante información misteriosa pululando en su rubia cabeza.
Entonces, al momento en que sus manos sostuvieron la botella verde, su mirada se transformó radicalmente y una sonrisa perversa se dibujó en su rostro. Le dio un trago y las cosas se intensificaron.
—Te he visto en los pasillos —me dijo, su voz subió una octava y hablaba claramente más rápido que antes—. Estudias artes plásticas, ¿no?
—Si… —Apenas musite, luchando con la confusión que se venía a mi mente.
«Cuidado» Julia susurró en mi oído. La ignoré.
—Y… escuché que te llamas Victoria. Es un lindo nombre.
«Piropo con intenciones dirigidas, presta atención» Foer dijo al otro lado. Lo ignoré.
—Has oído mucho de mí y yo no sé nada de ti —contesté justo como Foer lo haría, lo he visto tanto tiempo en acción que he aprendido algunos trucos.
—Soy Joel, es un gusto conocerte —me dijo, estirando una mano para estrecharla—. ¿Por qué no te sientas conmigo y charlamos un poco?
—Estoy trabajando…
—Anda, vamos. Solo unos minutos. La verdad es que siempre he tenido ganas de hablar contigo…
Me quede callada, observándolo cuidadosamente. Era obvio, este sujeto venía por una Foerización.
[Foerizacion: Acto de foerizar. Dícese de aquella compulsión por conquistar personas al azar, enamorarlas e idealizar que son perfectos para nosotros para después desecharlos tras un tiempo determinado.]
—No lo sé, creo que me gustas. Cada que te veo pasar siento como se acelera mi corazón.
Foer se ríe. «Es increíble» dice. «Hace tiempo que no tenemos a un romántico como este».
«¿Qué? ¿Qué haces, Victoria? ¡Borra la sonrisa ahora mismo!» Julia gritó y casi levanto mi mano para cubrir mis oídos.
—Debes pensar que soy un loco, soltándote todo este rollo de la nada.
Después procedió a recitar un sinnúmero de estrofas poéticas sobre batallas épicas y arcoíris, diciendo que yo podía ser aquello que terminara con una tormenta hipotética.
—Vayamos más despacio, ni siquiera te conozco… —Fue lo único que me atreví a decir en aquel momento. Y es que, bueno, sabía perfectamente cuales eran sus intenciones, pero por alguna razón no podía hacer como otras veces: alejarme. Había algo en sus ojos, en su energía, en… no sé. No pude cortar de golpe sus intentos… No quería hacerlo.
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Editado: 19.03.2019