Uno cree que esas vainas solo les pasan a otras, ¿no? Yo, ni en mis peores pesadillas, me imaginé esto.
A veces, la traición no viene de enemigos ni de extraños, sino de quienes más cerca se sientan en nuestra mesa, de aquellos a quienes abrimos la puerta cuando más vulnerables están.
Krysthel, mi prima. Filipina, criada en Colombia. La más tranquila…
Después de todo, ¿quién puede pensar que ella…?
—Venga, quédese en la casa. Lo que necesite, en serio —le digo, cuando la tragedia la destroza.
Pierde a su marido y a su hija en un accidente de motocicleta. El hombre salió en la motocicleta con la bebé sin casco. Un camión los llevó por delante. Los arrolla, absorbiéndolos.
Nada que hacer.
La noticia llega como un disparo: los dos mueren en el acto.
Toda la familia, sorprendida, se vuelca hacia ella:
—¡Ah, pobrecita…! —dicen—.
Así que la traigo a vivir conmigo y con mi marido, Owen.
Nuestro departamento en Bogotá tiene espacio de sobra. Igual no la iba a dejar tirada.
Al principio todo es silencio. Duelo. Lágrimas a las tres de la mañana.
—No sé cómo voy a seguir —susurra ella, acurrucada en el sofá con una manta encima.
Y yo la abrazo. Le preparo café. Le hago trenzas en el pelo como cuando éramos niñas.
Estoy convencida: somos más que primas. Somos hermanas.
Los días pasan y Krysthel parece mejorar. Se ríe más, habla más. Yo también siento que tengo de nuevo una amiga. Y empiezo a confiarle cosas… cosas personales.
—Imagínese que un man del trabajo de construcción me está escribiendo por Facebook —le cuento una noche, entre risas—. Y otro me manda un piropo. Mire, mire el DM.
Ella frunce el ceño.
—Tenga cuidado —me dice con tono grave—. Yo perdí a mi marido y a mi hija. Esas cosas no se deben hacer.
—¡Pero yo no les respondo! —me defiendo rápido—. Solo me escriben. Me da risa.
No lo hago por coqueteo. Nunca le he sido infiel a Owen. Jamás.
Pero sí, acepto solicitudes. Me gusta ver que hay hombres que me encuentran atractiva. Eso como que me sube el ego y me deja la autoestima bien arriba, la verdad, ¿sabes? Sentir que no soy invisible. Que alguien me ve… Mi marido me dice que soy muy “llamativa”.
Y se lo cuento a ella. Como una amiga. Como una hermana.
Lo que no sé es que la estoy alimentando. Que cada palabra mía es una herramienta en sus manos.
Una tarde, me llega un mensaje raro al iPhone. Un número desconocido.
«Hackeamos tu Facebook. Tenemos tus conversaciones. Vamos a contarle todo a tu marido.»
Me quedo asombrada.
—¿Qué es esto…? —murmuro.
No hay nada grave, pienso. No respondo DMs. No hablo con nadie.
Así que contesto al mensaje con un reto:
—Pues cuéntelen, hagan lo que quieran. Yo no tengo nada que esconder.
Unos días después, Owen llega al departamento con los ojos desorbitados y el rostro rojo de furia.
—¿Esto qué es? —grita, súper enojado, lanzando el celular sobre la mesa—. ¿Qué clase de mujer eres?
Es una conversación. Un tipo cualquiera me ha enviado una foto… explícita de su miembro. Yo jamás le respondo. Ni una palabra. Pero alguien le ha enviado esa captura a Owen.
—¡Yo no respondo nada! ¡Yo no hice nada! —le digo.
—¿Y por qué no bloqueas a ese tipo? ¿Por qué no me lo mostraste?
—¡Porque no quiero problemas! ¡Porque no vale la pena darle importancia a algo que no significa nada!
Pero él no escucha. No puede escucharme. Se sienta frente al computador, abre mi Facebook, revisa todo los DMs que otros hombres me habían enviado.
—¿¡Para qué quieres tener tantos amigos si no vendes nada? ¿Si no eres influencer!?
—Solo acepto las solicitudes… ¡No hablo con nadie!
Empiezo a bloquear uno por uno los DMs. Estoy decepcionada mientras lo hago. Porque sé que no me cree.
Hago un intento:
—Mi amor… —le digo, tocándole el brazo—. Le juro que yo nunca hablo con nadie.
No sirve de nada. Y se va esa misma noche.
Krysthel se queda. Sigue en el departamento.
—Yo creo que te hackearon el iPhone o su Facebook —me dice—. Debes cambiar las claves, bloquear todo.
Y yo, todavía confío en ella.
Pasan seis o siete meses. Owen no vuelve. En redes, publica cosas horribles sobre mí. Me dice que soy una pe, una zo y una pu… Me llama de lo peor. Me hace sentir basura. Y también posteó que se arrepintió de haber estado conmigo.
Un día, un hombre me escribe por Facebook. Me elogia el cuerpo. Me dice cosas lindas.
Y, por primera vez, le respondo.
Owen ya no está conmigo. ¿Qué más da?
Ese hombre me envía platica. Detalles. Palabras suaves que yo necesito.
Pero, otra vez, todas las conversaciones llegan a Owen.
Me llama solo para decir:
—Confirmadísimo. Me engañaste. No eres más que una…
Y luego, silencio.
Una mañana, Krysthel se sienta conmigo en la cocina. Toma su jugo como de costumbre.
—Me voy del departamento, creo que ya cumplí mi ciclo contigo —anuncia.
—¿Ah, sí? ¿A dónde?
—Con mi novio.
—¿Qué novio?
Me mira. No me sostiene la mirada.
—Tu ex. Owen. Él me arriendó un cuarto en su nuevo apartamento.
Me quedo sin aire.
—¿Cómo…? ¿Qué estás diciendo?
—Pues… eso. Me voy con él.
—¿Con él? ¡Él es mi marido! ¡O era! ¡Tú eres mi familia, no la de él!
Krysthel se encoge de hombros. Su voz ya no es dulce. Es fría. Seca.
—No me siento bien contigo. Tú tienes una forma de ver la vida muy… mundana. Y yo no quiero eso.
Me río de lo absurdo. De lo descarado.
¿Mundana? ¿Yo? ¡Si tú eres la que se revuelca con mi marido!
¿Yo, que fui la que te recogió cuando no tenías ni pa’ un café? ¿Y así me pagás?