Día 3 - Terror Corporal
Nunca me ha gustado ir a la playa. Incluso de niña, hay evidencia fotográfica de mi descontento cuando la familia se reunía. Todos se mostraban contentos y relajados, mi cara delataba mi desagrado. No sabría explicar la razón, tal vez era la arena que se impregna a tu piel, a la ropa y a todo lo demás, limpiarla es una pesadilla. Tal vez era el agua salada, dejaba la piel pegajosa y con un olor desagradable. Podría ser la inmensidad del mar, ya que nunca estaba seguro de lo que había debajo de toda esa agua turbia. O, quizás, sería la cantidad de personas que parecían no notar todo lo que a mí me enloquecía. Sin duda eso me preocupaba más.
Mi mejor amigo me convenció de ir a la playa por una tarde a celebrar su cumpleaños. Y aunque no estuve contenta, me dije que iría, y mi querido amigo sabría lo mucho que lo aprecio, ya que yo no iba a la playa por cualquiera.
Fue normal, debo admitir, no lograba contagiarme de la euforia que recorría los rostros de mis amigos, bebí alcohol, comí los platillos, nos tomamos una foto de grupo, donde tuve que acercarme más de lo que deseaba del agua, la sensación en mis pies desnudos me provocaba una incomodidad que no podría expresar con palabras. Y luego de unas tortuosas horas «disfrutando», me despedí de ellos.
Al llegar a mi casa me duché con violencia, deseando que esa situación no se repitiera, sentía como si una capa de arena mezclada con agua salada se hubiera adherido a mis pies, y aunque acababa de lavarlos con agua tibia, el olor y la consistencia no se fueron.
Me dije que todo estaba en mi cabeza, que había tallado con suficiente esmero y que al día siguiente todo estaría bien. Me recosté, casi obligándome a cerrar los ojos, logrando descansar, al fin.
Mis pies comenzaron a picar, los moví, tallándolos entre sí, y el sonido de la arena me alertó. Me senté, encendiendo la luz, no podía creer lo que veía, cuando tallaba mis pies, salía arena de ellos, pero no eran unas cuantas partículas, MIS PIES ESTABAN HECHOS DE ARENA.
Quise gritar, pero sabía que si entraba en pánico no resolvería nada. Me moví, logrando bajar mis piernas hasta que mis pies tocaron el suelo, debía ir al hospital. Me puse de pie, y un ardor insoportable se extendió por todo mi cuerpo, lo soporté, dando un paso hacia adelante, la arena de mis pies se desmoronó y pude ver como tres de mis dedos desaparecían. Ahora sí que grité, me cubrí la boca, continué caminando. Mi otro pie se desbarató, dejando un rastro de arena rojiza, dolía como el mismo infierno, pero logré llegar a la puerta, tomé las llaves y giré la perilla.
Entonces, sentí una presión sobre mis manos, las llaves cayeron al suelo, estas se habían convertido en arena, todas mis extremidades se desmoronaban y ya no pude sostenerme. Mi cuerpo cayó al suelo, estoy segura de que mi columna se había quebrado, pues no pude moverme de nuevo, miré al techo, quise llorar con todas mis fuerzas, una hilera de granos de arena se deslizó por mi mejilla, y cuando reuní el último respiro de aire para soltar un grito de ayuda, terminé escupiendo un pequeño cangrejo, que, al caer sobre mi pecho, se enterró sin dudarlo en la pila de arena que era mi cuerpo.
Ya había dejado de existir.
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Editado: 22.06.2023