Writober 2022

Día 6 - Tortura

Día 6 - Tortura

 

No quería regresar a casa. Sus pasos eran lentos y temerosos, retrasando lo inevitable, deseando, sin esperanza, que algún milagro ocurriera, y así no podría llegar a ese lugar. Tenía miedo. Se sentía como un animal que va al matadero. Su padre no estaría feliz, y cuando eso pasaba, comenzaba su sufrimiento.

Agarró aire cuando entró a su calle. Sus demás compañeros de escuela revoloteaban a su alrededor, sin ninguna preocupación sobre sus hombros, como los odiaba. ¿Por qué era la única que sufría? Ellos no se imaginaban lo que significaba llegar a casa con una boleta de calificaciones imperfecta. Se rascó la nuca, odiaba llevar esa peluca horrorosa, pero su cabello real aun no crecía y su padre se empeñaba en no dejar que los demás descubrieran lo que hacía. Le ardían los ojos, recordando lo que pasó la última vez, lo que tuvo que hacer.

Su padre le había cortado su cabello castaño hace unas semanas, había tenido una pesadilla y despertó con la cama orinada, creyó de verdad que podría encontrar consuelo tras contarle, pero el bourbon amargo que salía de la boca de su padre le hizo darse cuenta de que nunca bebió decirle. La golpeó, sí, su mejilla se hinchó y le ardía la cara. Pero lo peor vino después. Luego de que su cabeza quedara sin cabello, la hizo lavar su ropa manchada y la sábana de su cama.

—Eres una niña —le dijo, asqueado— Las niñas son limpias y nunca hacen un desastre, ¿acaso te gusta portarte como un mocoso?

Ella no respondió, nunca lo hacía. No existían las palabras que lograran salvarla de esa situación. Pero su padre no había terminado.

—Los mocosos hacen de pie —se bebió el resto del líquido amarillento antes de continuar.

Ella lo miró arrojar la botella al cesto de basura y luego se llevó las manos al cierre de su pantalón. Ella comenzó a llorar, sin saber lo que sucedía, su padre sacó su «cosa» y comenzó a orinar de pie, junto a ella. El olor le quemó las fosas nasales y cerró los ojos deseando que todo terminara.

Tuvo que limpiar ese desastre también.

Se detuvo al llegar a la reja de metal que dividía el mundo de su pequeño infierno. Miró para ambos lados, y por un segundo sopesó la idea de correr hacia los vecinos de enfrente y contarles todo, quitarse la peluca para que vieran su cabeza, pero el rugido de ira de su padre resonó dentro de su cabeza, paralizándola.

Abrió la puerta y entró al patio luego de unos largos segundos. El auto de su padre estaba dentro, y por el olor a aceite, acababa de llegar del trabajo. Al cruzar el umbral y dejar su mochila, se preguntó si las cosas serían diferentes si tuviera a su mamá, ella no permitiría que la lastimara, ¿o sí?

Se armó de valor, avanzando hasta el sofá de la sala donde su padre veía la televisión, le extendió la hoja que dictaba su sentencia, y esperó que el horror comenzara.




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