Día 7 - Casa Embrujada
La casa a la que nos mudamos es extraña. Luego de recorrerla, pude notar que las paredes y las cosas tenían la costumbre de cambiarse de lugar. No me asusté, al principio, a veces uno cree que dejó algo en una parte y resulta que no. Mamá me dijo que esa casa era antigua y que era normal. Papá no creía lo mismo. Aunque nunca lo dijo, él siempre se aseguraba que las puertas y ventanas estuvieran cerradas correctamente. Pero no importaba lo mucho que se esmerara, cuando la noche pasaba, siempre encontraban el mismo desastre.
Mamá decía que probablemente eran los vecinos haciéndoles una broma. Papá creía que algún ladrón se metió para llevarse sus cosas, pero nada faltaba. Yo escuchaba todo en silencio. No estaba segura de que me creyeran si les dijera que lo que entra a la casa, es un fantasma.
La vi salir de mi closet la primera noche que dormí en mi nueva habitación, era una mujer alta, con cabellos blancos, que ondeaban en medio de un aura invisible, se deslizaba hasta dar con la puerta de mi cuarto, cerrándola al salir. Me quedé asustada y llena de curiosidad.
El clóset parecía no tener nada interesante dentro, lo revisé con la luz encendida. Esperé a que regresara para preguntarle, pero el sueño me vencía, y cuando abría los ojos, ella ya había vuelto a encerrarse en el clóset.
Papá decidió poner un sistema de seguridad, estaba empeñado en proteger a su familia. Pero parecía que entre más pasaban cosas «inusuales», su negación crecía. Incluso de día, mamá tuvo varios accidentes por no prestar atención. Si salía de una habitación todo se caía. Y las voces…
Eran susurros que se metían a tu oído y lograban ponerte los pelos de punta. Te convencían de hacer cosas peligrosas. Como cuando papá terminó clavándose un enorme clavo en su mano con su pistola, o cuando mamá se quemó la mano mientras cocinaba.
Las voces no me afectaban a mí, creo que la mujer del clóset me protegía, pues aquí dentro no escuchaba nada. Ella decía que no debía salir del cuarto por las noches, ya que los «otros» no eran tan amables como ella. A pesar del miedo, siempre obedecía.
La puerta de mi cuarto estaba abierta. Abrí los ojos, preocupada, la mujer siempre la cerraba cuando salía. Bajé de la cama y tomé la perilla. Mi padre pasó por el pasillo, sosteniendo una navaja. Lo miré pasar y grité por dentro, ¿qué estaba pasando? Me asomé al pasillo, esperando ver a mi mamá del otro lado, pero la oscuridad no me permitía. Miré hacia el otro lado, papá ya había bajado las escaleras.
Quise bajar, pero no pude, las voces comenzaron a meterse a mi cabeza, y retrocedí, asustada, corriendo al cuarto de mi mamá. La luz de noche apenas iluminaba el lugar, pero lo que vi me dejó helada. Había sangre por todas partes, mamá ya no respiraba.
Quise gritar, pero el sonido no salió. Me giré para regresar y entonces la vi. La mujer me miraba desde el otro lado del pasillo, sus ojos me transmitieron la verdad, y corrí con todas mis fuerzas hasta encerrarme en mi habitación.
«Pon la silla contra la puerta…»
La voz de la mujer me estremeció de terror, pero lo hice. Esperé, escuchando los latidos de mi corazón estrellarse contra mis tímpanos. Entonces, unos pasos acercándose me alertaron. Mi padre estaba del otro lado de la puerta.
Miré a la mujer que, con tristeza en sus ojos, negaba con la cabeza, y estiraba su mano para tomar la mía.
«Cierra los ojos, te prometo que todo terminará pronto», me dijo, cuando el primer golpe logró derribar la silla. «Ese ya no es tu papá».
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Editado: 22.06.2023