Día 9 - Gótico
El sol se estaba metiendo. Observé con terror como el cielo se teñía de un horrible tono escarlata. Siempre que la oscuridad cubría la tierra, mi pesadilla comenzaba. Tragué el nudo en mi garganta y cerré la puerta de mi habitación. Debía comenzar con el ritual.
Me senté frente al tocador, y cepillé mi cabello con velocidad, deseando que todo terminara pronto, que alguien viniera a rescatarme. Pero nunca pasaba. Limpié mi cara y perfumé la misma con la fragancia que a él le gustaba, me esmeré en dejar la piel de mi cuello especialmente suave, la última vez me fue muy mal.
Odiaba vivir en ese lugar. Era una mansión, sí, tenía lujos por la que algunas personas matarían. Pero nada en esta vida era gratis, se hacían sacrificios. Y a veces, tu propia vida no era tuya, sino de los demás.
Me puse de pie, luego de confirmar que todo estuviera listo y comencé a vestirme. Sonreí de medio lado, la amargura me inundaba sin clemencia. El vestido descansaba sobre mi cama, era precioso. Casi me sentí querida, pero sabía que todo formaba parte de su «ritual», no importaba si me veía bien o no, pero debía usarlo, era parte de una tradición ancestral.
Toqué la tela con lentitud, la seda oscura destellaba ante la luz de las velas que apenas lograban iluminar mi habitación. Dejé salir la frustración entre mis dientes y me puse el hermoso vestido que, al final de la noche, terminaría arruinado.
Podía oler el vino, los demás «integrantes» estaban llegando. Me puse los guantes de encaje y me di una última mirada al espejo. Estaba lista. Aunque no importaba la cantidad de tratamientos que me daban, el miedo nunca abandonaba mis ojos.
Tocaron a la puerta.
No necesité preguntar. Esperé a que mi cuidadora inspeccionara mi atuendo, y luego de un quedo asentimiento de cabeza, me acompañó a la salida, y juntas bajamos las escaleras. Me había obligado a prestar atención a los detalles del que ahora era mi «hogar», pinturas costosas y antiguas, luces, velas, oro por todas partes. Una estructura que te dejaba sin aliento. El gran salón tenía pisos de marfil y un candelabro de diamantes, la música sonaba de maravilla, invitándote a formar parte del espectáculo.
Pero dentro de todo ese esplendor vivía un monstruo. Un ser despreciable que sometía a todos a su voluntad, castigaba a quienes lo desafiaran. Esperando por ella al pie de las escaleras.
Extendí mi mano, resignada. Luchar solo agregaría más sufrimiento a mi persona. Y cuando él estaba contento, la situación lograba ser tolerable.
—Todos nos esperan, esposa mía —susurró en mi oído, su aliento me estremeció.
Asentí, ocultando las náuseas, mi pulso acelerado palpitaba en mi cuello. Había llegado la hora, el ritual comenzaría en pocos segundos, mi sangre sería derramada para beneficio de todos esos desgraciados. Y cuando todo terminara, me convertiría en uno de ellos.
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Editado: 22.06.2023