Writober 2022

Día 10 - Holidays

Día 10 - Holidays
 

La época navideña solía ser mi favorita. Las luces destellando su calor, adornando las casas y las calles. El aire olía dulce y las personas estaban felices. La comida era deliciosa y los villancicos se escuchaban en todo momento. No había nada mejor que la víspera de navidad en compañía de tu familia.

Suspiré, bajando del auto las provisiones para esa noche, miré las bolsas llenas, había comprado de más. «Al menos algo se mantiene dentro de la tradición de las fiestas», me dije, sonriendo de medio lado. Cargué todas las bolsas a la vez, obligando a mis músculos a esforzarse el doble, todo para no dar más de un viaje.

De vuelta a la entrada, di una mirada a la calle, que parecía una tarjeta navideña, de esas que su madre solía enviar años atrás. Sus vecinos iban y venían con adornos, suéteres de colores y sonrisas de alegría en sus rostros. En momentos como ese extrañaba mi vieja vida. Pero una vez que la caja de pandora se abrió ante mí, no hubo vuelta atrás.

  Cerré la puerta, puse el pasador. Cerré la segunda puerta, la de alambre reforzado, que daba una descarga eléctrica tan poderosa como para matar a un oso. Encendí el cargador, el zumbido me dijo que todo estaba en orden, y, por último, cerré la puerta de seguridad. Era pesada, gruesa, como la que tienen los bancos. Los diez seguros se escucharon uno tras otro mientras giraba la escotilla. Todo estaba listo.

—Asegúrate de encender el sistema de alarma —la voz de mi madre me hizo fruncir el ceño.

—Aún no termino —dije, apretando los dientes.

A pesar de todo lo que habíamos pasado seguía tratándome como a una mocosa. Incluso después de haber salvado su vida el año pasado. Fue a ella quien se le olvidó encender la alarma, y gracias a eso, perdimos a papá. Sabía que se culpaba todo el tiempo, y a veces era mejor buscar a alguien más, y como ahora solo éramos nosotras dos, no tenía otra persona con la cual descargar su frustración.

Me giré, satisfecha por el trabajo, ahora faltaban las ventanas.

—Lo siento —me dijo mi madre al pasar junto a ella, me tomó de la mano y me miró a los ojos con tristeza.— Estoy nerviosa, somos tu y yo ahora, tú y yo contra ese… ese monstruo.

Yo asentí.

 —Lo sé —dije, comprendiendo.— Vamos, no hay tiempo para esto, debemos terminar de asegurar la casa, me muero de hambre.

Mi madre sonrió, sus ojos estaban llorosos, pero no se rindió ante las lágrimas. La vi regresar a la cocina, la cena ya estaba lista, pero ella preparaba las armas. Nos habíamos surtido de maravilla en una tienda de caza hace unos meses. Y aunque sabía que después de la protección que pusimos, ese desgraciado no lograría entrar, me moría de ganas de probar el lanzallamas que compré como regalo de navidad.

Sabía que tarde o temprano llegaría el día en que tendría que usar esa cosa para defender mi vida y la de mi madre. Si no se cumplía mi deseo de navidad ese año, me encargaría de dejarlo muy claro en mi siguiente carta.

«Querido santa, por favor, permite que pueda rostizar hasta las cenizas al monstruo que masacró a casi toda mi familia.

He sido una niña muy buena.

Feliz navidad».




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