Xanthe

EL DESPERTAR

 

***

Presente

 

―¿Quién eres? ―preguntó la niña a la joven de cabello gris y ojos idénticos a los suyos, que se encontraba parada justo en frente.

―Soy tu ―respondió la bella joven.

―¿Yo? ―cuestionó la niña, pero no recibió respuesta alguna.

Los ojos heterocromaticos de la joven parecieron oscurecerse mientras se acercaba lentamente hacia el inocente rostro de la pequeña. Su repentina cercanía hizo que sus narices se rozaran provocando así un fuerte estremecimiento en el frágil cuerpo de la niña.

―Ya es tiempo ―susurró la joven tomándola del rostro con las manos y apretándola con dureza, insertando las uñas en su piel haciéndola gritar de dolor mientras pegaba su rostro al de ella con fuerza―. Xanthe, ya es hora, ya está dentro de ti.

Una risa estruendosa y malévola floto fuera de la garganta de la aterradora muchacha que empezó a sacudir su cuerpo con violencia sin soltar el rostro de Xanthe. Sin dejar de mirarla con burla y maldad, clavando con más fuerza las uñas en su rostro mientras que sus ojos hasta ahora hermosos se deformaban y perdían sus bellos colores para hacerse acreedores de un negro puro.

El cuerpo de Xanthe comenzó a temblar y de su boca salían pequeños gemidos de dolor. Sin embargo, eran los ojos de la desquiciada muchacha la que más la lastimaban, era un dolor extraño, como si algo dentro de si estuviese muriendo o enfermando. No podía dejar de verlos a pesar del dolor o el miedo. Era magnetismo puro, uno demoledor. Como si estuviese siendo tragada por un agujero negro. Atraída y condenada.

No había escapatoria.

La hasta ahora inocente Xanthe cerro los ojos con fuerza, luchando contra si misma y soltó un grito desgarrador.

¡Xanthe!

Sentía que alguien sacudía su cuerpo con rudeza.

―¡Despierta muchacha! ―Los gritos ásperos de sor Julia hicieron que abriera los ojos a causa de la impresión y se sentará de prisa provocando que golpee su cabeza contra el camarote.

El impacto la despertó por completo, haciendo que fuera consiente de todo a su alrededor.

Las diez niñas que dormían con ella en la misma habitación estaban rodeando su cama con una expresión de miedo en sus rostros. Podía oír los susurros a su alrededor.

<< Xanthe la niña loca otra vez con sus pesadillas>>

<<Esa esta poseída>>

<<El padre Guillermo tiene razón. Es un demonio>>

<<Oh, señor mi dios protégenos de todo mal>>

Ella decidió centrarse solo en la dura expresión en el rostro de Sor Julia que solo podía significar algo. El padre Guillermo la estaría esperando para otra larga sesión de rezos en los que el intentaría liberar su alma de los malos espíritus que atormentaban sus sueños. Ya estaba acostumbrada al dolor en las rodillas y al frio lacerante en el cuerpo. Pero los interminables rezos y credos, y las miradas adustas del sacerdote eran la peor parte.

Se levantó de la cama aún demasiado alterada. Podía sentir el ardor en el rostro producto de la agresión sufrida por la loca de cabello gris que la ataco en el sueño. Sin embargo, lo más alarmante era la sensación de que algo nuevo se movía lentamente en su interior, algo frio y cautivador fluyendo por su cuerpo como la sangre en sus venas.

La monja la agarro con fuerza del brazo y la insto a caminar delante de ella sin importarle que estuviera descalza.

―Sigueme ―ordenó mientras cogía la vela que había traído consigo para inspeccionar las habitaciones de las niñas. Ella era conocida por su carácter fuerte y sombrío, era estricta y rígida. Solía castigar severamente a las niñas que desobedecían sus órdenes. Pero siempre era Xanthe con quien más se desquitaba. Los ojos de la niña eran perturbadoramente hermosos, uno de color de color verde esmeralda y el otro de un azul cielo profundo, ambos cautivadores como la deliciosa carnada antes de ser atrapado el pez en una red―. Las demás a la cama.

Los pequeños pies de Xanthe se encogieron al entrar en contacto con las frías baldosas. Sin embargo, no se detuvo. Seria peor si se demoraba.

Fueron al espacioso complejo que se encontraba detrás de la capilla. Lugar donde vivía el padre Guillermo. Un anciano de unos setenta años, que al igual que sor julia creían que ella poseía algo siniestro dentro de sí. Fue así desde el principio, desde aquel lluvioso día en el que la encontraron en las afueras del orfanato; sola y envuelta en una colcha celeste, recostada sobre una canasta yacía Xanthe. Había sido sor julia quien la había encontrado llorando y completamente mojada, también había sido ella la primera en ver sus singulares ojos y condenarla desde ese mismo instante.




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