Un grupo de adolescentes salían sonrientes del bachillerato de Valladolid, en Yucatán, observando los documentos de ingreso que les fueron entregados en el lugar.
Rosa Flores era la única que salía del lugar con un gesto neutral, contrastando completamente con el gesto de triunfo de su prima Narcisa.
―¡Lo sabía! ―celebraba Narcisa―, ¡sabía que me quedaría en el bachillerato! Y tú que tanto me decías que necesitaba estudiar más para ingresar.
―Sí, Cisa ―respondió Rosa con un gesto de hastío―, ingresaste. Con 31 puntos, a un punto de quedar fuera.
―Pero me quedé y eso es lo importante. ¿Cuántos puntos obtuviste tú?
―No preguntes lo que no quieres saber ―Rosa echó un ligero vistazo a su hoja de ingreso donde marcaba 127 puntos de un examen de 128, un récord casi perfecto. Suspiró con tristeza.
―¿Sigues triste porque mi tío no te permitió aplicar para la preparatoria en Mérida? ―Narcisa sonrió ampliamente al decir esto―. ¡Ya supéralo! Estaremos juntas de nuevo, como siempre. Tú me ayudarás a estudiar y yo te ayudaré a tener amigos. Somos un gran equipo, ¿no crees? Porque seamos honestas, sin ti a mí me cuesta entender a los maestros y sin mí, tú sólo serías un ratón de biblioteca.
Rosa volvió a suspirar mientras su prima parloteaba, ella había dado justo en el punto. Todo mundo sabía que la familia Flores estaba dedicada completamente a la floricultura y muchos negocios aledaños recurrían a ellos para obtener todo tipo de flores de sus invernaderos. Lo que nadie sabía es que ellos eran parte de una secta oculta por siglos, la secta del Xilam, un arte marcial ancestral que fue prohibido con la llegada de los españoles pero que fue preservado por un grupo de 13 sectas que se dividieron en clanes que se dispersaron por la república, manteniendo el conocimiento de generación en generación.
Y no sólo eso, esas familias guardaban celosamente los detalles de una profecía que marcaba que, en algún momento, el dios guerrero del sol regresaría a esas tierras para liberar a su cultura, llevarla a la grandeza espiritual y de ese modo, los clanes del xilam serían los que poco a poco atraería la paz en todo el mundo liderados por el dios guerrero. Y justo su abuela Hortensia, la chamana de la familia, había profetizado que el guerrero sol estaba por despertar, que llegaría a la familia Flores quienes se convertirían en sus soldados y lo ayudarían a cumplir su destino.
Toda la familia estaba muy entusiasmada por esa profecía, pero no Rosa. Ella siempre fue muy débil y sus padres ni siquiera estaban muy interesados en entrenarla. Muy diferente de su hermosa prima Narcisa, una joven mucho más alta, fuerte y sumamente hábil en la batalla. Pero, por desgracia para los Flores, Narcisa estaba mucho más interesada en conseguir un novio rico que en el Xilam. Narcisa era toda una belleza, de cuerpo curvilíneo, cabello rubio rizado y ojos verdes con un rostro hermoso, así que la gran fila de pretendientes hacía que ella reafirmara su decisión de dejar el Xilam por una vida cómoda al lado de quien quisiera mantenerla.
En contraste con Narcisa, Rosa era baja de estatura, muy delgada y con cuerpo infantil, carente de forma. Su única belleza eran sus grandes ojos color miel que contrastaban con su piel apiñonada, pero entre los jóvenes las interacciones pasaban de “Qué bellos ojos tienes” a “¿Puedes presentarme a tu prima?” en un santiamén.
Rosa quería alejarse de todo, olvidarse del Xilam, alejarse de la sombra de su prima y encontrar su propio camino. Quiso aplicar para colegios de mayor renombre en las ciudades de Mérida o Cancún, pero su padre se lo impidió con el pretexto de estar preocupado por ella, pero Rosa sabía que la verdadera razón era porque su familia quería que ayudara a cuidar de que Narcisa, la esperanza de la familia, no cometiera alguna tontería.
―¡Rosa! ―Narcisa la llamó haciéndola salir de sus pensamientos―, ¡mira!
Narcisa señaló hacia la plaza principal, en donde tres hombres enmascarados realizaban una exhibición de danza. Pero los movimientos que realizaban eran más allá de un simple baile, eran más bien posiciones que Rosa y Narcisa detectaron de inmediato.
―El movimiento del venado ―susurró Rosa al ver a uno de esos hombres equilibrando su peso en un pie y con la otra pierna encogida.
―Y el del jaguar, y el del tecolote ―Narcisa señaló a otro que parecía mover sus brazos como alas y otro agazapándose en el suelo como un felino al acecho.
―Creo que será mejor avisar a la familia ―indicó Rosa y ambas salieron corriendo a casa.
En ese momento uno de los enmascarados saltó con gracia felina por encima de otro de sus compañeros, pero en lugar de encorvarse para permitirle saltarlo, este segundo se irguió completamente atento, como un depredador al acecho.
―¡Balam, agáchate! ―pero fue muy tarde, chocaron exactamente de cara uno contra el otro cayendo aparatosamente en el suelo.
―¡Tarado! ¿Por qué no te fijas? ―el joven se quitó la máscara dejando ver su varonil rostro, con cabellera hirsuta color azabache y grandes ojos marrón.
―¿Yo? ¡Idiota! Eras tú quien se tenía que agachar ―el otro se quitó la máscara, notándose un rostro muy agraciado, de piel pálida, cabello largo y lacio color platino y ojos grises.
―¡Qué guapos! ―se escucharon las voces entre la multitud.
―¡Estaba atento, tarado! ―gruñó el trigueño.
―¡Pues ponte atento a esto! ―el de pelo platino levantó la mano propinando un coscorrón a su amigo y de inmediato se inició una pelea con movimientos tan vertiginosos que provocó el prorrumpir de aplausos de la concurrencia.
Un tercero, sumamente alto se acercó a ellos y los tomó por el cabello obligándolos a separarse.
―¡Basta, Balam! ¿Acaso quieres que nos convirtamos frente a tanta gente?
Un cuarto hombre que permanecía en flor de loto se levantó y con voz profunda y varonil se dirigió al público.
―Fue un placer dar esta exhibición para ustedes. Cualquier moneda que nos quieran cooperar será de mucha ayuda para nosotros.