La familia Flores invitó a los recién llegados a su mesa para compartir los alimentos.
―Yo soy Agapanto Flores ―se presentó el padre de Rosa―. Ella es mi esposa, Azucena, mi hermano Anturio y mi cuñada, Margarita. Como pueden ver ―señaló los invernaderos que se veían en su terreno―, nos dedicamos a la floricultura.
―¿Por eso todos tienen nombres de flor? ―preguntó Balam, un tanto burlón. Chava la dio un codazo en la costilla.
―Ni siquiera lo había contemplado ―comentó Anturio―. Pero es sólo nuestro medio de sustento, nuestra verdadera labor está en proteger los secretos de xilam íik, especialidad basada en el viento.
―Ustedes son del pueblo del píixan ―observó Azucena―. Son de los clanes más respetadas del xilam, por su conexión con los espíritus.
―De hecho, somos los últimos de nuestro clan ―dijo Lacho con gravedad―. Una tragedia terrible nos arrebató a toda la familia y esa misma tragedia nos mantiene como nómadas. Por eso agradecemos su hospitalidad en este momento.
―¡Es una pena escuchar eso! Ya nos contarán al respecto ―Margarita se levantó―. Comenzaré a servir la comida. Rosa, Narcisa, vayan colocando los platos.
Mientras Azucena y las chicas llegaban con platos y ollas llenas de comida, Balam y su familia continuaban en la charla.
―Iremos al grano ―dijo el abuelo Chebo―. Mi sobrino nieto Balam ha sido señalado por una chamana de la secta del xilam-kaak de Tabasco, todo indica que él tiene el potencial para ser el dios guerrero sol de la profecía.
―No tenemos duda que así será ―señaló Agapanto y agregó con un tono de tragedia―. Antes de morir, mi abuela profetizó que el guerrero sol se uniría pronto a nuestra familia. A ella le encantaría ver esa visión realizada.
―Papá… ―Rosa habló con los ojos entrecerrados señalando a una pequeña anciana encorvada a un lado de la mesa―, la abuela aún no ha muerto, y lo profetizó justo esta mañana.
―Si… por eso lo dije, lo profetizó antes de morir.
―¡Y tardaré mucho en morir! No moriré hasta ver nacer al guerrero sol―gruñó la anciana quien se acercó a evaluar a Balam―. Pero dudo que esta piltrafa pueda ser el legendario guerrero.
―¿Qué? ―reclamó Balam.
―Vean sus brazos ―la anciana pellizcó sus bíceps―, flácidos y guangos. Esas uñitas manicuradas y ojos arrogantes... esto no es más que un niño mimado.
―Es muy buena en sus visiones ―señaló el tío Lacho.
―Describió a Balam a la perfección ―agregó Chava.
―¡Oigan! No soy ningún niño mimado.
―Ya está listo todo ―Margarita señaló las ollas con comida en el centro―. ¡A comer!
―¿Quieres que te sirva un poco de sopa, piltrafa? ―dijo Chava con un tono burlón.
―¿A quién llamas piltrafa?
―¡Balam, Chava! Ya saben qué es lo que pasa si empiezan a pelear ―regañó el abuelo Chebo―. Pórtense bien. Y a todo esto, hay una razón más por la que estamos aquí. El primer paso para demostrar que es digno de ser el guerrero sol será elegir sabiamente entre las jóvenes casaderas de esta familia. Su destino es desposar a la diosa de la tierra, si sabe elegirla y ella lo acepta, él tendrá la primera bendición de los dioses.
―¡Eso es excelente! Tenemos dos jóvenes casaderas en esta casa ―dijo Anturio―. Mi sobrina Rosita, aunque ella no está muy interesada en el xilam, y mi preciosa hija Narcisa, una guerrera inigualable, muy fuerte y hábil.
―Y descerebrada ―musitó Rosa.
―La leyenda dice que el guerrero sol será poderoso entre los poderosos… ¡y seguramente muy rico! ―habló Narcisa―. Si me elige a mí, seguro lo ayudaré con todo ese poder.
―Aún no sabemos si este alfeñique es digno ―refunfuñó la abuela―. A ver mequetrefe, elige ―la abuela jaló a sus bisnietas de la mano y puso a una a cada lado―, ¿Rosa o Narcisa?
Balam miraba de una a otra. Rosa, sonrojada, solamente fruncía los labios desviando su mirada. Su cuerpo era el de una niña, con el pecho plano, las caderas apenas sobresaliendo ligeramente por debajo de su cintura, mientras que Narcisa le sonreía descaradamente, meneando su torneada cadera mientras se agachaba ligeramente para mostrar sus pechos altos bajo su escote, guiñando uno de sus ojos azules hacia Balam.
La mirada de Balam pasaba de una a otra, tornándose cada vez más en una mirada boba cada que se posaba a Narcisa. Estaba por levantar su mano para señalar a la joven rubia cuando Chava cayó encima de él dando un codazo en su cabeza. Levantó a Balam completamente mareado y con un chichón en su frente.
―No es tan fácil ―Chava habló con una risita nerviosa―, Balam no debe apresurarse ni tomar la decisión a la ligera… ―su tono de voz cambió por una iracunda―. ¿Verdad, Balam?
La familia se sentó de nuevo a la mesa a comer mientras hablaban de la profecía. Se decía que el guerrero sol llegaba a esas tierras cada 555 años, ayudando a las comunidades a crecer en fuerza y sabiduría. Siempre llegaba acompañado de los dioses del sol y la luna, así como el dios guerrero de las estrellas, a veces encarnando en hombres, a veces en mujeres, pero siempre vinculados como padres e hijos, como cónyuges o como hermanos.
Pero en su última encarnación algo sucedió. La diosa de la luna, al enterarse de que su madre estaba preñada del guerrero sol se llenó de ambición e ira, convenció al guerrero de las estrellas de que ese niño sería la perdición de todos. Persuadieron a muchos de los pobladores de que lo mejor era asesinarlo. Pero el guerrero nació con una fuerza sobrehumana, defendiéndose desde su primer día de vida, descuartizó a su hermana y la lanzó al fondo del lago de Texcoco y al guerrero de las estrellas lo asesinó haciendo salpicar su sangre en el cielo.
Ese evento lo lleno de ira y amargura, cobró venganza contra aquellos pobladores que apoyaron a su hermana, obligando a sus seguidores a realizar sacrificios en su nombre, a invadir otros pueblos y a generar riquezas innecesarias. Como castigo por todas esas fallas, los dioses abrieron el paso a los europeos, haciendo a los pueblos pelear entre ellos y permitiendo a los invasores dominarlos por siglos.