Rosa se levantó temprano para evitar ver a su prima en lo que ella llamaba su “proceso de embalsamamiento”, preparándose con kilos de maquillaje, rulos y vestido tras vestido buscando la imagen perfecta para su cita con Balam.
Su padre estaba en una zona techada, realizando movimientos gráciles que le requerían mucho esfuerzo y equilibrio.
―¿Quieres entrenar, cariño? ―le preguntó a su hija.
―¿Para qué? Nunca me enseñas más de lo básico. Quiero podar los rosales.
―Te noto triste, amor. ―Agapanto se acercó a ella―. Dime, ¿acaso te deprime que Balam eligiera a Narcisa?
―Creo que todos ya eligieron por él ―dijo Rosa desviando la mirada―. Pero no importa, aunque me eligiera a mí, yo no quiero un patán como ese en mi vida. Narcisa es mejor combatiente que yo, es más hermosa… ―Rosa se alejó y agregó en voz baja―. Y lo suficientemente descerebrada como para aceptar a un mono cilindrero como marido.
Balam por su parte salió de la casa de campaña que compartía con Chava y salió a correr para iniciar su entrenamiento del día. Al regresar pudo ver a Narcisa desde la ventana de la cocina y sonrió, se veía mucho más hermosa que el día anterior, con un elaborado maquillaje, su cabellera rubia en perfectos caireles y un vestido que resaltaba su figura. Se acercó a la ventana con la intención de darle los buenos días cuando la escuchó hablando con su tía Azucena.
―… pero te lo hemos dicho, Cisa, el dinero no lo es todo. Además, el invernadero nos da dinero suficiente para llevar una vida holgada y dedicar mucho de nuestro tiempo a entrenar.
―Lo sé, tía. Eso está bien para un guerrero promedio, pero para el guerrero sol, bueno, él seguro tendrá un mejor estatus, ¿o no? Todos los clanes le rendirían tributo. Y yo, como su esposa y diosa de la tierra, podría tener el derecho de elegir mis propios tributos, como un Ferrari, una casa frente al mar o incluso algo simple, como un collar de esmeraldas.
Balam se hizo hacia atrás y frunció los labios. Narcisa era definitivamente mucho más bella que Rosa, pero era evidente que era muy superficial. No quería equivocarse esta vez, los demás tenían razón, debía estar seguro antes de elegir. Vio movimiento en los invernaderos y notó que Rosa estaba allá. Decidido, fue directo a ella para evaluarla.
―Hola, eh… Rosa, ¿verdad?
―Al menos te aprendiste mi nombre ―dijo ella de forma inexpresiva.
―¡Claro que me aprendí tu nombre! Eres una de las candidatas, tengo que interesarme en ti.
―¿No te da miedo elegirme y tener fideos como hijos?
―¿Fideos? ―Balam se sorprendió―. Ahora entiendo, nos estabas escuchando ayer, ¿o no? Con razón nos convertimos, te hice daño con mis palabras, ¿no es así?
―No les di importancia ―Rosa ni siquiera lo veía―. Elige a Cisa, yo estoy más interesada en hacer una carrera y alejarme del xilam.
―No digas eso. ¿Qué haces? ¿Podas los rosales? Si quieres puedo ayudarte en lo que nos conocemos mejor. ―Balam le quitó las tijeras y podó torpemente algunos tallos, Rosa lo miró con suspicacia.
―Es tu última oportunidad, ¿no es así? ―le dijo―. El que vas a entregar es el séptimo glifo, por eso estás tan interesado en conocerme, no por mí, sino porque temes fallar.
―No, no… claro que me interesa… ―Balam hizo una pausa al ver los enormes ojos ámbar de Rosa posarse en él. No se había dado cuenta de lo hermosos que eran y, de algún modo, se sintió nervioso―… yo… creo que es… lo correcto.
―Pues espero por tu bien que Narcisa sea la correcta, porque yo no quiero tener un chango como marido.
―¿Qué? Pero… en cuanto me case la maldición se terminará…
―Pero yo no me arriesgaría. Es más, si cometo el error de casarme y la maldición sigue, a la primera transformación te vendería al zoológico.
―¿Ah sí? Pues ni quien quiera casarse con una patas de chichilaco como tú.
Bastó que dijera eso para quedar convertido en mono. Rosa sonrió y se agachó hacia él.
―Quizá pueda adelantarme y venderte de una buena vez.
Balam chilló y se echó a correr hacia la casa, en donde fue recibido por el gato atigrado con un zarpazo justo en la cara.
Una hora después, Balam se ponía algunas venditas en los rasguños de su rostro, preparándose para la cita.
―¿Qué hiciste esta vez? ¿Por qué nos transformamos?
―¡No fue culpa mía! ―gruñó Balam―. Ella empezó. Además, me dejaste la cara toda marcada, justo ahora que tengo la cita.
―Pues vete preparando, porque si eliges mal, a diario tendrás tu mapa en la carota.
―No tengo tiempo para necedades ―Balam terminó de acomodar su cabello y se fue hacia la entrada de la casa―, voy a mi cita con Narcisa.
Narcisa salió brincoteando con una enorme sonrisa y abrazándose de Balam. Él, por instinto, la hizo hacia atrás.
―¡Oh, no me digas que eres tímido! ¡Me encantan los tímidos! ¿Vamos? Hay un lugar a donde quiero que me lleves.
Narcisa arrastró a Balam por diferentes lugares del pueblo, obligándolo a comprarle desde unos aretes hasta una chalina bordada. Balam revisaba su billetera viéndola cada vez más vacía.
―Mira, ahí es ―Narcisa señaló un restaurante en la zona turística, de aspecto costoso―. Me invitarás a comer ahí.
―Este… no es que no quiera, pero, hemos gastado mucho y no tengo mucho dinero ya.
―¿No tienes dinero? Pensé que el guerrero sol sería millonario.
―Aun no soy el guerrero sol ―reclamó Balam―. Mi padre tenía cierta riqueza, pero… con la maldición se nos prohibió tener acceso a ella. No podré tomar un quinto hasta no elegir a la diosa de la tierra.
―Oh, o sea que ahora no tienes dinero, pero lo tendrás, ¿no? No te preocupes, yo tengo la tarjeta de crédito de mi papá, pagaré yo y en cuanto me elijas y puedas tener acceso a tu dinero, me lo pagas.
Narcisa jaló a Balam por el brazo y de manera casi instintiva, él se hizo hacia atrás.
―Yo… eh… Es que ya es tarde y no he hecho mi entrenamiento. Lo siento, saldremos otro día.